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30 El Padre Esteban de Adoain nos de la provincia de Navarra-Cantabria, se había dis– puesto que los Padres estudiantes podrían ser autorizados para asistir a moribundos, cuando no hubiera otros sacer– dotes disponibles. Y era tal la confianza que inspiraba a los Superiores el joven Padre Adoain por su gran espíritu, que con frecuencia lo enviaban fuera del convento a prac– ticar el sagrado ministerio. Durante los años 1833 y 34- hizo frecuentes viajes a pie a la aldea de Irurozqui, para ejer– cer verdaderas funciones de Párroco. Pero su espíritu y celo reciamente apostólicos se re– velaron por modo prodigioso en el mes de septiembre de 1833. Fué un caso que produjo general sensación en la ciudad de Pamplona: la conversión de un reo condenado a muerte. Lo vamos a referir tal como lo hemos oído de labios de los condiscípulos del Siervo de Dios y como lo hallamos consignado en el manuscrito arriba citado. El reo era un muchacho de 23 años de edad, soltero, llamado Nicolás Morcilla y Mañas, natural de Villafranca de Navarra. En el mes de febrero de 1833 dió muerte con agra– v::mte de alevosía y nocturnidad a un tal Mateo Boneta, natural de Funes, pero residente en Villafranca, a quien sorprendió muy cerca del pueblo, cuando regresaba del campo. Sustanciado el proceso, dictóse por la Audiencia de Pamplona sentencia de muerte contra el asesino. El día 27 de seotiembre, a mediodía, fué puesto en ca– pilla. La noticia fat~l corría de boca en boca por la ciudad, comentándose en corrillos por todas las calles. El prior de la «Hermandad de la Paz y Caridad», don Manuel Echevarría, avisado oficialmente por el Alcaide de la cárcel señor Juanmartiñena, dió orden a los mayordo– mos para que según costumbre se entregasen a la hum<mi– taria labor de pedir limosnas para el reo. Los mayordomos revestidos de túnicas negras, recorrían las calles penetran– do en las viviendas y en los establecimientos, implorando la caridad pública. Al mismo tiempo los portaleros de la ciudad pedían a todos los transeuntes socorros para el infortunado Morcilla. Entre tanto el desgraciado reo, apri– sionados los pies con pesados grillos de hierro, yacía sen– tado en un banco del oratorio, sin dirigir la vista hacia ·el altar. Varios sacerdotes del Clero secular y regular le

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