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El Padre Adoain, Comisario General 341 Citando al expositor de la Regla Padre Samuel de Lody expone las obligaciones del Visit~dor, que debe atender a Jas necesidades y consuelo de los súbditos. Ponderando des– pués las fatales consecuencias de la falta de celo de los Prelados, cita aquellas palabras de San Juan Crisóstomo: cMiror si potes! aliquis rectorum salvari». Compara, por último, el estado de la Orden en aquellos días con el grado de florecimiento ·y prosperidad que alcan– ZÓ en el siglo diez y ocho, para excitar la santa emulaClÓn de los religiosos. El Padre Esteban no era aficionado a dictar órdenes, ni a imponer nuevas obligaciones, teniendo presente aquel a.da – gio •Si quieres que te obedezcan mucho, manda poco». Su sola presencia movía a todos a cumplir de buen grado con el deber. La multiplicidad de leyes puede desacreditar la persona del legislador. En la primera Visita dictó cinco disposiciones. Primera: que los viernes y domingos de Cuaresma se rece el Viacru– cis en la iglesia de los conventos, predicando un sermón, pero encargándolo con tiempo al predicador. Segunda: que los religiosos no salgan a servir Parroquias. Tercera: que no asistan a Viáticos, ni a cantar en funerales; pero muriendo un bienhechor de la Comunidad, el Superior cuidará de acompañar a la familia en el duelo. Cuarta: que no se per– mita a los seglares la entrada en el convento. Quinta:· que las Comunidades asistan a la procesión de Corpus, en la Catedral donde la hubiere; pero en la Antigua asistirá la Comunidad a la iglesia de San José que ese día goza de honores de Cat€dral. En la segunda Visita se concretó a pro– hibir que los religiosos visiten los conventos de monjas, sin– gularmente fos dos que se habían fundado en la Antigua Guatemala y en Nueva San Salvador, bajo la advocación de la Divina Pastora y de Santa Rosa. En la tercera, renovó la disposición dictada al comenzar el ejercicio de su cargo, a eaber, que se pusieran persianas fijas en las ventanas del convento que dan .a la vía pública. En el escuchar a los religiosos procedió con suma cau– tela, recordando las máximas del venerable Kempis: «No se debe dar crédito a cualquiera palabra; mas con prudencia se deben, según Dios, examiriar las cosas. Mucho es de doler qlle las más veces se cree y se dice el mal del prójimo, que -el bien. ¡Tan flacos somos! Mas el varón perfecto no cree

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