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28 El Padre Esteban de Adoain había sido confiada en 1749, habíase perdido por los años de 1821. a causa de la guerra de la Independencia de las Repúblicas americanas, las que al emanciparse de España, expulsaron a los misioneros. No existía, pues, ambiente misional entre los Capuchi– nos de la provincia de Navarra·Cantabria; pero en ella perduraba el recuerdo de las grandes empresas misioneras llevadas a cabo por antiguos alumnos de ella, que fueron verdaderos fundadores de Misiones entre negros del Africa Occidental y en diversos países de América; y percibíase vivo el aroma de virtud heróica de los Misioneros sacri– ficados en la región de Perijá: Padres Manuel y Javier de 1'afalla, Pedro de Corella y José de Sumbilla. Desde los primeros días del Noviciado. Fray Esteban de Adoain, sintióse acometido de vivo espíritu de emula– ción, que no le era posible ocultar a sus compañeros de hábito. Soñaba en alcanzar a los grandes modelos de pe– nitencia y a los más heróicos apóstoles Capuchinos. He aquí lo que dejó escrito uno de sus condiscípu– los (!): «Era el año 1829 a mediados de noviembre, cuando la misericordia divina se sirvió conducirme al con– vento de Cintruénigo, entonces Noviciado de los Capuchi– nos, bajo la dirección del Padre Javier de Legaría, varón verdaderamente espiritual. Pasarían quince o pocos días más, cuando apareció en el Noviciado un joven gallardo, Pedro Francisco, del mismo año que yo, del 8, blanco y rubicundo en el cuerpo; en el espíritu tenía algo de Natanael por su inocencia y sencillez. Comenzó desde muy luego a distinguirse por su fervor y mortificación; y así prosiguió si.n desfallecer un momento, antes bien, acrecentándolo cada día. Era especialísima la confianza que nos hacíamos, que alcanzaba hasta los afectos que experimentábamos en la oración. Recuerdo que cierto día, en un paseo me dijo con santa ingenuidad: Esta noche he soñado que yo salía de un bosque, trayendo un negro a mis espaldas para bauti- 2arlo. Diríase que era la aurora de su futuro destino. Con– cluído el noviciado, la obediencia nos separó... • Con esta declaración escrita concuerda lo que oímos (l.) El documento hallado por el que estas páginas escribe, en el Archivo reservado del Rvmo. P. Joaquín de Llevaneras en el año 1928 (convento de Sarriá, Barcelona), no lleva firma. Pero conjeturamos que es del Padre Camilo de Cirauqui.
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