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-------'-N'-"u""e_v.:_a.:_s""a'-'ctividades en Centro· América 327 nero de Centro América. El público abrió diques al entusias– mo, porque. se trataba de una ' empresa promovida y ter– minada por el hombre más popular de la república. El pue– blo salvadoreño poseía, ·desde aquel momento, un centro religioso, en que se formarían misioneros de la escuela del Padre Adoain, ~u bienhechor. · El nuevo convento era un verdadero cenobio austero, estrecho y pobre, ajustado en todo, a lo preceptuado en las Constituciones de la Orden Capuchina. La iglesia del Car– men, convertida en iglesia de la Divina Pastora, había sido embellecida con los sencillos elementos permitidos por las reglas seráficas. Dejemos la pluma al mismo Padre Adoain que hace su d03cripción con visible complacencia: (l) «Las gradas del altar ma.yor, el frontal, sagrario y ta– bernáculo, de caoba bien labrada y tan lustrosa, que se deja ver el rostro como en un espejo». «En d camarín, que ocupa casi todo este altar, se ha reprE'eentado un paisaje: nubes, montañas, volcanes, fuen– tes, cascadas, el mar con embarcaciones, casas con habi– tantes, prados donde están paciendo las ovejas, el lobo que· las persigue, el angel con la lanza .::> dardo en la mano para defenderlas, por último dos hermosos árboles cargados de lozanas hojas y flores bajo los que se halla la Divina Pas– tora, dominando majestuosamente todo el paisaje e inspi– rando una tierna devoción. »A todas horas presenta a .la vista un aspecto gracioso, pero este queda realzado cuando a las mañanas los rayos de sol caen de lleno sobre las montañas, hiriendo la pintura. »La misma tarde en que fueron trasladadas .las imáge– nes y la cruz a la nueva fundación, el Señor Obispo bendijo solemn0mente la iglesia y la Casa, complaciéndose en ro-· ciar ccn agua bendita todas y cada una de las dependencias sin dejar de visitar ni una sola de las diminutas celdas, ni. uno solo de los ángulos y rincones del convento. »Amaneció el día uno de Marzo, domingo primero de cuaresma. Las calles y plazas se hallaban atestadas de gen-· les que no cesaban de llegar de todas partes. Serían las nueve de la mañana cuando el estruendo del cañ6n v la rnú~ica marcial anunciaron la llegada del presidente d~ la (1) C. III, p. 132.

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