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26 El Padre Esteban de Adaain plo medíoevaL clamando como San Juan Bautista, pareció a nuestro joven Marcuello un ser venido del otro mundo; y dejó huella imborrable en su alma. El Capuchino, dijo– Lacordaíre, es el Demóstenes del pueblo; y quizá sea el que más en consonancia está con las clases populares y el más apto para hablar al pobre. ¿Fué en aquella ocasión cuando se sintió movido ct abrazar una vida más perfecta? Es lo probable. Sin embargo, el deseo de terminar los cursos de Gramática Latina para poder ser admitido entre los estudiantes Capuchinos destinados al Sacerdocio, y qui– zá el temor reverencial que profesaba a su padre, le en-· frenaba la lengua, no dejándole manifestar su resolución. Pero sonó la hora señalada por Dios. Un día, durante las vacaciones de 1828, nuestro joven trabajaba en el cam-· po llamado de Lezape, propiedad de la casa. Jadeante, sudoroso, inclinábase sobre las layas, hundiendo con afán las puntas de acero en la ingrata tierra, que con frecuencia. despedía un fascículo de fuego al chocar el hierro con al– guna piedra. Pedro Francisco, más bien pastor que labrador, no es– taba muy diestro en el manejo de aquellos instrumentos; hacía meses que no los había tocado con sus manos. Sin. duda por ello tuvo un descuido; y una de las layas torci– damente dirigida, vino a herirle en un píe, causándole una. lesión de poca importancia. Este incidente, añadido a un lamentable suceso acae– cido poco antes, un incendio que se declaró en su casa, bastó a nuestro joven para entender las señales amorosas. de la mano de Dios que le llamaba con premura. Arrojó las layas desdeñosamente al suelo, y abando-· nándolas en el campo, como el profeta Elíseo su arado, se dirigió a su casa; y llegado que hubo a presencia de su. buen padre, le declaró su propósito de trasladarse a Pam– plona para solicitar su admisión en la Orden Capuchina. El Señor había proyectado un vivo rayo de luz sobre la mente de nuestro joven, y había derramado un caudal de gracia sobre su alma, para convertirlo de campesino en religioso y en apóstol. Suele ser plan de la divina provi– dencia obrar con oportunidad, suave y; vigorosa.mente, co– mo en el caso de San Francisco de Asís y en el de San Ignacio de Loyola.
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