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300 El Padre Esteban de Adoain • ,Los compañeros del Padre Adoain calificaban de miJo_ groso este hecho. A varios de ellos se lo ojmos referir y lo explicaban con visible convencimiento de una intervención sobrenatural. El Padre Benito de Guatemala lo testificó con juramento ante el Tribunal eclesiástico de Barcelona en 1925 No es extraño que la misión de Izalco terminara ca~ una manifestación apoteósica, en la que intervinieron diez mil personas; y que el número de comuniones sobrepujara al de todas las misiones predicadas hasta aquella fecha por el Padre Adoain; lo mismo debe decirse del número de per– sonas que ajustaron su matrimonio a las leyes canónicas. Un detalle hay que añadir. Nunca se pudo recabar de las mujeres indígenas, que _cubrieran sus desnudeces, aunque se habían adoptado toda clase de medios por las autoridades eclesiásticas y civiles. Acabada la misión, se acabó para siempre aquel abuso escandaloso; lo que causó profunda admiración en toda la república. El día treinta ae Mayo salieron ambos misioneros de Izalco, costándoles gran tr_abajo desprenderse de un mar de gente que quería acompañarles hasta la ciudad de Nueva San Salvador, que dista en línea·· recta cerca de cuarenta kilómetros. · •En Nueva San Salvador, dice el Padre Adoain, nos alojamos en el convento-colegio que estaba preparado por Su Ilustrísima, donde estuve casi siempre enfermo; y por esto el día seis de Agosto salimos para la Antigua por el puerto de la Libertad; y llegué el catorce al convento». (l) No es de maravillar que el intrépido misionero experi– mentara en esta ocasión un nuevo quebranto de salud. Lo raro sería que no lo hubiera expE!rimentado. ' Una labor tan ruda en país tropical aniquilaría a -cual– quiera, aunque fuera muy joven y no hubiera hecho otra ' cosa que descansar. El Padre Esteban contaba cincuenta y seis años de edad, y más de treinta de fatigas y persecuciones. No era un mu– chacho. Su luenga barba era ya, casi toda, de hilos de plata y prestábale un aspecto mucho más venerable. No pocos opinaban que su resistencia física era un do~ sobrenatural. Había, en verdad, fundamento para juzgar as1. (1) C. III, p. 84.

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