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Otra vez en E/ Salvador 299 tnisrno día comenzó la ·santa m1s1on, pero con tan enori\le concurrencia, que hubo de predicar en "la plaza. Así continuó toda la misión, porque afluían grandes ca– ravanas de Santa Ana,_Chalchuapa, Ahuachapán, Apaneca, Guaimango y de toda la costa. Uno de los días ocurrió un incidente notabilísimo, que todos tqvieron por milagroso y cuya fama corrió rápida– mente por toda la República y llegó muy pronto hasta el convento de la Antigua. Mientras el Padre Adoain predicaba en la plaza a una concurrencia de unas seis mil o siete mil personas, el volcán !zaleo, muy próximo a la ciudad, producía fuertes detonacio– nes, semejantes a truenos subterráqeos. El estruendo estorbaba en gran manera a nuestro mi– sionero, que a duras penas lograba hacerse oír. Impaciente el buen Padre Esteban y contrariado por la probabilidad de malograrse el fruto de la misión, interrumpió su oración sa– grada; quedó suspenso unos segundos, durante los cuales levantó sin du?a su pensamiento hacia' Dios, y exclamó luego con resolución y con acento imperioso, mirando hacia el volcán: «¡Calla.. y . deja predicar la palabra divinal Cuando el Creador habla por sus ministros: las criaturas callan•. . En el mismo instante cesó el formidable trueno. Y no se oyE.•ron más detonaciones hasta después de terminada la misión. (!) Cuando el Padre Adoain increpó al volcán ¿se acorda– ría del átomo de fe que, según el Divino Maestro, puede trasladar las montañas? ¿Recordaría que Josué con su fé logró detener al sol en su carrera? ¿pensó en un verdadero milagro que Dios podía operar a favor de aquellas almas necesitadas? Lo ignoramos. Nadie se atrevió a preguntar al siervo de Dios lo que pasó por su espíritu en aquel instante. Lo cierto es que la convicción universal de que el mi– sionero era un santo, hizo creer a todos que el silencio del volcán fué un prodigio y no una casualidad. (1) Este formidable volcán apareció en 1770. Primero arro– jaba piedras inc.andescentes, después ·cenizas. Más tarde, ·las ex– plosiones de vapor y piedra· menuda ardiente eran frecuentes, cada qos minutos. (Nouvelle Géographie Universelle. Elisée Reclus. To- mo XVII,. p. 427.) .

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