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Otra vez en El Salvador "297 por el que comunica con el Pacífico. Había en la región bas– tante tráfico e industrias salineros. Durante muchos años se había hecho allí. como en otras ciudades, intensa propaganda de literatura anticlerical. Esto, unido a graves escándalos públicos dados por perso– nas de calidad, algunas de carácter sagrqdo, perjudicó no– tablemente a la moralidad de toda aquella comarca, si bien no habían sido olvidados los principios religiosos, y se prac– ticaba, al menos aparentemente, la piedad cristiana. Pero los odios ocasionados por la gu<;!rra, e~an irreconciliables, pro- . fundos; y el amancebamiento y uniones ilegítimas eran cosa que espantaba, según frase del Padre Esteban. La llegada de este con el Padre Capellades causó expectación enorme en toda la región. El primer día se llenó el amplio templo.· El concurso · fué aume;ntando prodigiosamente. Las aldeas pertenecientes a la Parroquia, quedaban desiertas. Asistían a los sermones incluso los comerciantes extranjeros; los ha– bía de diversas naciones. Las haciendas e industrias de las salinas y de Acajutla quedaban medio abandonadas. Afluían caravanas desde Santa Ana, que dista doce leguas, y desde Chatepeque, Atiquizaya, Ahuachapán, Apaneca, Nahuizalco, !zaleo, etc. No era solo curiosidad de oir al antiguo desterrado. El éxito y los frutos correspondieron al entusiasmo. Hubo res– tituciones de cantidades importantes a personas muy visibles que publicaban con júbilo su suerte. · Las familias que se hallaban enemistqdas desde los días de la gue'rra, se reconciliaron públicamente. La misión había durado treinta y ocho días. He aquí un incidente curioso ocurüdo una noche: Cierto joven con ribetes de cultura, pero libertino y de ideas revolucionarias, entró en el templo para escuchar al Padre Adoain no con deseo de aprovecharse, sino acuciado por la curiosidad. Fué acompañado de dos amigos de la lllisma laya. Miraban de hito en hito al predicador, ·y escu– chábanle con sonrisa sarcástica. Llamábales sin embargo la atención la hermosa y venerable barba del misionero, que le caía majestuosamente hasta la cintura. . Aquel adorno que embellecía al siervo de·Dios y que es tan desconocido en los países tropicales, les intrigaba. De– bieron de preguntarse en sus adentros: «Será por esa barba que estas infeli.ces gentes están encq:ntadas de ese hombre?

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