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Infancia del Siervo de Dios 23 de disimularlo, clavaba los ojos en el orondo zurrón de su compañero. A todo esto Marcuello no se daba por enten– dido. Impaciente Gil. alarmado al ver que el bolso dismi– nuía de volumen por momentos, se aventuró a interpelar a su camarada: •¡Oye!. .. ¿No me convidas? Dame algo... • A demanda tan ingenua, Marcuello contestó con vi– veza: «Te daré todo, si te echas un baile sobre esas alia– gas... » Y diciendo esto le señaló un macizo de esa clase de plantas espinosas que tanto abundan en el país. El pobre Gil estaba descalzo. ¡Gravísimo aprieto! .De todo hay en el mundo, dijo Cervantes, y eso del hambre suele arrojar a los ingenios a cosas que no están en el mapa» (1). Ignorarnos si Gil era un ingenio, pero sabernos que el hambre le arrojó a las punzantes espinas sin hacer más cuenta de ellas que de una mullida alfombra. Un gesto de regocijo y una explosión de risa de Mar– cuello debieron punzar al de Torrea más que las aliagas; el cual se lanzó hacía el bolso de provisiones con aire re– suelto y marcial, corno hacía un trofeo de guerra. No tuvo más consecuencias el incidente y no hubo rup– tura de relaciones entre ambos camaradas. Este es el gran pecado cometido por Marcuello en su infancia. Cincuenta y seis años más tarde, predicando misión el Siervo de Dios en la Basílica de Santa Fe a todo el Valle de Urraul Alto, Pedro Gil se acercó a saludar al misionero.•¿Eres tú Pe– dro Gil?», le preguntó éste. Y al oír que sí. se arrodilló a sus píes y le pidió perdón por la crueldad que con él ha– bía usado siendo niño. Tocante a juegos y bailes de carácter más o menos eróticos, debernos consignar que eran en Adoain descono– cidos en absoluto. La juventud no bailaba ni en tiempo de las fiestas patronales, que se celebran el día de San Esteban. Sólo en Irurozquí, en Navascués y en algún otro pue– blo crecido, se bailaba rara vez cada año. Mas la danza era considerada en aquel país corno enlace armónico de dos virtudes: la fuerza y la templanza; no corno elemento de disolución y encanallamiento. Los movimientos propios (1) Novela «La Gitanilla».
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