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278 El Podre Esteban de Adoain · que me traiga razón; y caso g:ue la noticia fuese cierta, Para qJle acompañe a vuestras Paternidades, . reservándome el volver a escribir. Veo una calamidad en aquel suceso; y un baldón a mi persona y dignidad. Dios me conceda pruden. cia y resignación cristiana. Mis respetuosos afectos a los reverendos Padres y me despido suscribiéndome de vuestra Paternidad atento S. S. y Capellán.- Tomás, Obispo de San Salvador». (C. III, p. 9). Ni la carta ni el señor Dávila llegaron a tiempo. Pero este, informado de todo, debió regresar ·a San Salvador y referir al señor Obispo cuanto había ocurrido y estaba suce– diendo en Santa Ana. El venerable Prelado experimentó tal pesadumbre, que .cayó gravemente enfermo. Quiso escribir a los misioneros una carta de condolencia, mas no pudiendo hacerlo por propia mano, lo hizo por medio de su Provisor. Es de fecha 9 de enero. En ella el señor Provisor, Don Nar– ciso Monterrey comunica a los misioneros la imposibilidad en que se halla el Prelado de escribirles por razón de su enfermedad; el sentimiento y dolor que le ha causddo la no– licia del desgraciado acontecimiento; y que siente mucho no haber podido prever este fatal incidente, para haber procurado impedirlo con verdadera eficacia. Y termina agra– deciendo vivamente a los misioneros la bondad y celo con que se ofrecieron a complacerle en sus deseos y dándoles· por ello las más expresivas gracias. En verdad que si este venerable Prelado hubiera tenido · noticia de lo que se fraguaba contra la misión, es seguro que hubiera defendido con valentía los derechos de la Igle– sia y de los Predicadores, no hubiera cobardeado ante las amenazas del poder civil. Súpolo muy tarde, cuando nada se podía remediar. Entre tanto, los anticlericales de la República, veían, lo mismo que Barrios, el mal paso que habían dado, la impo· pularidad en que habían incurrido, la ira que, mal reprimida, perduraba entre las gentes de todas las clases de la socie· · dad contra las autoridades. Y querían justificar su conducta y reconstruir su fama. Para ello publicaron una serie de ho· jas en las que fingían que querían informar al país de la verdad de los hechos y de la razón de la expulsión de ]os misioneros. Las hojas no llevaban firma; y sólo aparecía el pseudónimo de «Salvadoreños». Afirmaban en ellas 9ue los misioneros, incautos e inex·

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