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272 E./ Padre Esteban de Adoain tos, deEde que pisé esa República, hasta mi salida... y cuan. lo digan en contrario, tenga S. E. por una falsedad ». (Aquí nuestro Padre Adoain refiere '!os sucesos tal co. mo' los conoce el lector y añade). . «Hasta ahora no he hecho más que narrar literalmente la historia tal cual ha sucedido. Mas ahora quiero hacer algunas reflexiones amistosas y creo que S. E. las tomará a bien. »Desde el momento que S. E. tuvo queja de los Misio– neros, debió acudir al inmediato Prelado de ellos, para que dicho Prelado indagase la verdad o la falsedad de la acu– sación, porque a él y no a otro le competía juzgar inter Ie– pram et lepram. >Además ningún juez puede justamente sentenciar sin haber oido a las dos partes que litigan. Nosotros hemos sido expulsados sin decirnos por qué. »De¡nos por hecho que los Misioneros hayan sido los hombres más criminales; pero el. modo que ha empleado ese Gobierno, creo que ninguno lo aprobará en sana lógica. »Me podrán decir que el modo que tuve de reprender públicamente la diversión de aquella comedia era impru– dente. ¿Y no era público el ruido de los instrumentos? ¿Y no era más . que imprudente el interrumpir la devoción re– ligiosa de tan buenos cristianos? »El Concilio de Trento dice que publice peccantes, pa– lam sunt corripiendi. Si estando S. E. con la cámara Legis– lativa formando leyes para el Estado, se presentasen algunos en la puerta , cantando, bailando y tocando instrumentos, de modo que no les dejasen oir lo que se habla, llamando más la .atención aquella algazara ¿qué haría Su Excelencia? Creo que no se contentaría solo con mandar que se retira– sen o ·ca llasen. Y ¿por qué estando con Dios los buenos fieles. han de ser interrumpidos? ¿Pues qué, no había en Santa Ana casas .distintas del templo de Dios para sus di– versiones? »Puedo asegurar a S. E. sin temor de equivocación. que cuantos le han informado tan mal .de la santa Misión. muY pocos han oido siquiera un solo sermón. Y ¿cómo podrán ha· blar o informar sin haber oido? ¡Ojala que S. E. pasara a la ciudad de Santa Ana y de sí mismo se informara del pueblo sano, del pueblo que ha asistido! ¡Oh, cómo se des– engañaría que sus mismos amigos son sus enemigos!

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