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270 El Padre Esteban de Adoain si la descubierta había pasado, etc., etc., como si estuviése. mos rodeados de enemigos. »Así fuimos caminando toda la noche. Hasta las bestia que puso el Gobierno iban sin freno. Sin duda temían algu~ na insubordinación... » ( 1) · La interesante narración del Padre Adoain, hecha con la sencillez de un niño, demuestra muy a las claras que el plan de expulsar a los misioneros y evitar que predicaran en El Salvador, estaba 1.ndido desde un principio. No existía pretexto para ello, pero el Gobernador 4e ¡'lanta Ana ¡ 0 creó, valiéndose de los comediantes, los cuales bien man. dados, armaban el estruendo con su¡¡_ instrumentos y voces cerca de la casa cuando los misioneros estaban allí, y cerca del atrio de la iglesia, cuando los religiosos se halla– ban predicando. Al perpetrarse la expulsión de los ministros de Dios, ni siquiera se tuve¿ la delicadeza de cubrirla con a ppriencias de legalidad. Fué una violencia descarada, un atropello in– calificable por el fondo y por la Jorma. Obligados a mentar sobre bestias sin freno, prohibién– doseles torriar sus objetos de culto, fueron obligados a viajar toda la noche, sin descansar, por ásperos montes. El jefe que · mandaba la fuerza esquivaba cuidadosamente todo poblado, por temor a la indignación popular, que sin duda hubiera estallado furiosa, avasalladora, si se hubiera sabi· do que los misioneros eran tratados tan ignominiosamente. Al despuntar el alba, y hallándose lejos de todo pobla– do, el jefe reunió la tropa, la hizo formar en línea. Los cuatro religiosos sospecharon que iban a ser fusi· lados. El oficial gritó: -• ¡Viva el Presidente Barrios!»- Los soldados ·contestaron· con un «Viva» muy flojo. El jefe con· . tinuó: -< ¡Mueran los inicuos que han venido a ponernos un Gobierno déspota ... !» · Sin más, la pequeña columna desplegó para seguir la marcha por el sinuoso sendero. Las cincuenta bayonetas, he· ridas por los primeros rayos de soL reverberaron sobre el fondo verde-oscuro de la campiña. Semejaban una serpiente de fuego. A las ocho de la mañana llegaban a la frontera de Gua· (1) Cuaderno III, pág. 4 y sig.
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