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Infancia del Siervo de Dios 21 suma atención; y al verla comulgar, le preguntó en voz alta en su idioma nativo: ¡Madre! ¿Qué te han dado? Esta ocu– rrencia del candoroso niño hizo mucha gracia al bondadoso Cura, que creyó había fundamento para profetizar que el niño llegaría a ser clérigo; y fué comentada con regocijo en casa de Marcuello y en todo el pueblo, augurando en la criatura futuros sentimientos de alta espiritualidad. La piedad de aquella familia no era inconsciente y ru– tinaria, se basaba en fundamentos de sólido ascetismo. En un libro de cuentas de aquel tiempo, de la casa de Eneko y que aún se conserva en manos de los sobrinos de Pedro– Francisco Marcuello, hallamos escritas con vieja tinta las siguientes máximas: «Cuando veas u oigas alguna cosa mala, cierra tus ojos y tus oídos; pon freno a tu lengua, porque éstas son puertas por donde entran los vicios. Es cucha mucho y habla poco.. etc.» Terminada la instrucción primaria, que le fué dada por un maesiro de los que en aquel tiempo eran habilitados por la Diputación de Navarra, aprendida bien la doctrina Cristiana y la Historia Sagrada elementaL el Siervo de Dios se dedicó a las faenas agrícolas, y con preferencia a pas– torear un rebaño de ganado y algunas bestias de labranza que eran patrimonio de la casa. Esta fué su ocupación hasta los 19 años de edad. Cuan– ·do se hallaba en el campo, aprovechaba las horas de so– ledad para entregarse a algunos ejercicios de piedad. Si ·oía el toque del Angelus, descubríase inmediatamente, se– gún era costumbre universal del país, aunque cayeran co– pos de nieve en helada tarde de invierno, y rezaba aquella clásica oración en latín, tal como se aprende en Navarra -antes de llegar al uso de la razón. Con frecuencia daba a su piedad carácter festivo. En– tonaba letrillas piadosas, acompañándolas con unos ins– ·trumentos rústicos de cuerda que construía él mismo con· más afición que éxito. Por los ásperos riscos de la Sierra de Aldashur, el eco Iepetía las melodías que el sencillo joven Pedro Francisco ·entonaba con su voz penetrante, sonora y bien timbrada, de que le había dotado el Cielo. Sabía de memoria y re– petía aquellos cánticos que los misioneros Capuchinos, tan populares en la montaña de Navarra, enseñaban a los fie– les por aquella época: .Pekatuaren -mendi illunean - Za-

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