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262 El Podre Esteban de Adooin tra su corazón; llamó con ace:p.tos de inmensa ternura a las ovejas descarriadas... Pronto corrió la voz por toda la villa y se supO' cómo predicaba y qué decía el siervo de Dios. La espectación era enorme. Aquellos tigres sedientos de sangre, se convirtieron en mansos corderos . y depusieron ·las armas. Se confesa ron y comulgaron todos. De la villa de Azacoalpa le habían dicho y ponderado que la mayor parte de los hombres eran ladrones y saltea– dores. •Pero la divina palabra, escribe el Padre Adoain, fructificó el ciento por uno». (C. II, pág. 108). De Cuajiniquilapa le anunciaron que si lograba la re– conciliación de familias enemistadas que se odiaban a muerte, podía cantar la mayor victoria de su vida. Y las familias se reconciliaron, pidiéndose perdón mu- tuamente, en público. ' Alguien ha escrito y ·lo <;iecían sus discípulos, que la pala bra del Padre Esteban de Adoain tenía eficacia' sobre– natural. como don especial de Dios. · Terminada la feliz campaña ·· en el departamento de Santa Rosa, se trasladó el día trece de Marzo (1859) a la ciudad de Amatitlán, que da nombre a otro departamento. Situado a pocos kilómetros .al sureste de la Ant.igua, es ciu– dad de gran importancia comercial. •.En todo tiempo es vi– sitada, observa el Padre Adoain, por gentes de toda la re– pública. Lo cual es causa de mucha corrupción de costum– bres; sin emba rgo no deja de haber mucha s almas fervoro– sas... Siendo así que la autoridad no ha dado un paso en favor de la misión, añade el Padre Adoain, se han presen– tado de todas las aldeas, campos y fincas como arrastradas de una fuerza invisible. El Párroco, Fr. Julián Maqueli, Mer– cedario de la provincia de Andalucía, admirado; decía que no creería a no haberlo visto con sus propios ·ojos. •Yo me gloriaba , decía este Padre, de haber conocido a. mis ovejas, pero veo que van _saliendo de esos montes oveja s tan bru– tas, tan bestias, que ni saben habla r. ¡Beridito sea Dios!• (C. 11 p. 114). · · La procesión de penitencia se hizo con más de tres mil personas que llevaban grandes cruces, predicando nuestro misionero en la plaza del Calvario. Y pasaban de seis mil las personas que asistieron a la función. Los pueblos y aldeas, según consigna el Padre Adoain,

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