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------~-M--'e--n_s-'-'ajero de poz. 261 ' pero fué la que más se aprovechó de la. labor de nuestro• 111 ¡sionero. No olvide el lector que el Padre Adoain va recorriendo el departamento de Santa Rosa. Al entrar en Conguaco el día quince de Enero, debió de darle un vuelco él corazón, al recordar las sangrientas y sacrílegas escenas ocurridas cuando estalló la sublevación, que conoce el lector; y mu– cho más al ver el lugar en que se perpetró el crimen. Creyó el pueblo de Conguaco la fábula calumniosa del envenenamiento de las aguas, convenciéndose de que no era otra la causa del cólera morbo. Se propaló en Conguaco que el Gobernador y el cura, como agentes del supremo Gobierno de la República, eran allí los únicos culpables. Armáronse casi todos los hombres y esperaban la orden del <rizamiento. Un domingo, a media mañana, a la hora de la Misa Mayor, cercaron la iglesia al gríto de . ¡venganza!. ¡abajo el Gobierno!. ¡mueran los verdugos! ¡que salga el Cura! .. •. El Gobernador y e1 Cura refugiáronse en la sacristía, presa de terror pánico, esperando la muerte. Un nutrido grupo penetró en el templo, gritando desaforadamente. Las mujeres, aterradas, corrían en diversas direcciones para es– conderse. Forzaron·los amotinado::; las puertas de la sacristía y asesinaron al Gobernador. El Párroco se hallaba aun re– vestido de los ornamentos sacerdotales. Poseídos de reli– gioso respeto, vacilaron. Por fin le dejaron con vida. Pocos días después, llegó un batallón de soldados del Gobierno; los cabeciiÍas fueron detenidos, sometidos a juicio sumarí– simo y fusilados. · El orden quedó restablecido en apariencia. Mas un pro- blema pavoroso quedó en pie. Los ánimos continuaron excitados. El pueblo era una ·fiera atada con un hilo. Esperaba· ·un momento oportuno para romperlo y lanzarse ·al exterminio con más furor que antes. En esta s circunstancias llegó el Padre Adoain a Con– guaco. No se hubiera atrevido cua lquiera a a nuncia r una misión, ni osaría aparecer en la villa. Nuestro insigne apóstol no recriminó la conducta del PUeblo, ni de los fusilados, no clamó venganza o justicia; ni siquiera hizo alusión a lo pasado. Se revistió del espíritu de Jesucristo; abrió sus brazos para estrechar a todos con- ·
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