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20 El Padre Esteban de Adoain las familias de Navarra como muy sagrado, y reservado para las amistades más íntimas. No pudo recibir el Sacramento de la Confirmación hasta sus veinte años de edad. Desde el año 1798 hasta el 1828 no fué visitado el país o comarca de Adoaín por Obispo alguno. El que confirmó al Siervo de Dios, no fué el de la diócesis, sino el de Tudela, Doctor D. Ramón de Az– peítia. Pero ni éste llegó hasta Adoaín, sino hasta Irurozquí. donde administró dicho Sacramento a los adultos y niños que pudieron afluir de los pueblos. En Adoain, como en ~in verdadero paraíso, se desliza– ron felizmente los años de la infancia y adolescencia de nuestro Pedro Francisco. Lo primero que aprendió fué le– vantar el pensamiento y el corazón hacía Dios. Su cristia– nísima madre le educó con sumo esmero. Una madre buena vale por cíen maestros de escuela. La época más importante de la vida es la edad en que, ·apenas salido el niño de la cuna, principia a modelarse por el contacto con otras personas. Se ha dicho que un in– dividuo, que da la vuelta al mundo, está menos influído por las naciones que ha visto, que por las enseñanzas de su madre. Por eso Francisca cumplió con sus hijos el su– blime oficio de educadora, convencida de que ejercía un sacerdocio en el hogar. ¡Quién le hubiera hecho creer que las enseñanzas que depositaba en el corazón de su pequeño Pedro Francisco iban a fructificar en tanto grado, que in– fluirían en varias naciones! Tomándole en sus rodillas, santíguábale todos los días al acostarlo y al levantarlo. No bien comenzó a balbucir algunas sílabas, pronunciando la dulce palabra ama o aita (madre o padre), le dictaba la oración dominicaL el Ave– maría y la Salve, mientras le mostraba algunos cuadros, que eran unos viejos cromos religiosos. Cuando el niño al– canzó sus cuatro años de edad y sabía bajar por las rús– ticas escaleras de la casa, dejándose caer de grada en grada, para confundirse en el zaguán o en los establos con las ovejas y los corderillos, su madre llevábalo al templo los días festivos para asistir a la Santa Misa y a las Vís– peras. Cierto día, hallándose con su madre en la Iglesia, al ver que ésta se encaminaba hacia el comulgatorio, la si– guió muy de cerca y se situó junto a ella, observándola con
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