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228 El Padre Esteban de Adoain lores una pregunta. ¿Cómo se explica que el P. Esteban de Adoain permaneciera tanto tiempo en Cuba, aislado de los demás Capuchinos, tal vez incomunicado con los Superio– res de su Orden? La pregunta envuelve una observación oportuna. Fra.. casadas las Misiones de Venezuela, expulsado de Cara– cas por la revolución, frustrado el intento de establecer una Comunidad en Guanabacoa, parece que debiera pensar en otra solución en consonancia con su vocación de religioso CapuchinÓ. Lo contrario denotaría indiferencia para con la Orden. No consta que el Padre Ministro Provincial de los Ca– puchinos de Natarra-Cantabria tomara providencia alguna para reunir sus súbditos dipersados por la revolución de España. No hallamos indicios ni señales de tentativa al– guna. Y cuando algunos de sus religiosos espontáneamente se reunieron en Ustáriz, según dijimos, nada hizo el P. Pro– vincial para· ayudarles en días en que tan necesitados es– taban de toda suerte de apoyos. Se concretó a dirigirles. unas frases de elogio. Pero ni se sintió con ánimo para imi- tarles. · Sólo esto bastaría para justificar la pasividad de to– dos !os súbditos y el renunciar a todo proyecto personal de munión o formación de Comunidades en los países que lo permitieran. Esta fué la conducta de la mayoría. Se re– fugiaron en casa de sus deudos, esperando órdenes y acon– tecimientos. Nuestro egregio P. Esteban nunca tuvo la idea y pro– pósito de vivir independiente de la Orden. Nunca aban· donó el santo hábito, ni las austeras costumbres del con– vento. La causa de su permanencia en Cuba era el propósito de establecer una Comunidad de Capuchinos, que misiona· ran por toda la Isla. Se comprueba esto por sus cartas. En 16 de abril de 1854 escribía a un hermano suyo de Navarra: «Yo pensé haberme marchado a Roma a vi· vir en convento. Pero este Sr. Arzobispo piensa pedir al Gobierno Capuchinos para esta Isla, y para esto quiere po– nerse en comunicación con nuestro Padre Provincial de Na– varra-Cantabria, y con el Obispo de Pamplona, el cual desea establecer una Comunidad en nuestro Convento de aquella ciudad. Veré lo que resulta de eso. Los dos pri·

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