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Fin de su a postolado en Cuba 225 -----------~~--~~~~~~~--------~~ que su contacto con el mar por norte y sur, contribuyeron a que fuera aquella región escogida como punto de· cita de ]os conspiradores contra la dominación española. Ya dijimos que el problema político no era peligroso y difícil para el_ Padre Est~ban, porqu~ a ~uer de Mision~ro y enviado de D10s, no tema otras aspuac10nes que el b1en de las almas, la salvación eterna de todos y el aumento de los intereses de Jesucristo. Como había de convivir con ambos bandos, se condujo con suma circunspección. Nun– ca habló de asuntos que se ventilan de puertas del alma para fuera, ni hizo alusión a sucesos cuyo recuerdo pu– diera irritar llagas abiertas. Y en definitiva el mejor patriota es el que sabe cum– plir mejor su deber dentro de la esfera de su misión. Sa– lirse de la propia esfera es producir trastorno, confusión y descrédito. ¿Y quién sirvió mejor a la causa de España en Cuba? ¿El P. Esteban y el Arzobispo? ¿O los enemigos de ellos, que llevando una vida escandalosa, hacían alardes de un patriotismo que no sentían? Sigamos al Misionero, si es que con el pensamiento podemos correr tanto como él con los pies. -Era ya el año 1855. El día 18 de enero había termi– nado en Puerto Príncipe. El 21 recorría los barrios y case– ríos del municipio de San Jerónimo, a doce leguas al nor– oeste de la ciudad. Y desde el 27 trabajaba en Mugara– bomba, nueve leguas al norte del pueblo anterior. Siguiendo hacia el norte, estableció Misión en Quema– do o Chincheros; primero enca_sa del propietario Betencur, llamada Sao Largo y luego en la hacienda denominada San Juan de Dios, donde permaneció desde el 2 de febrero hasta el 9. El 10 traspuso la Sierra de Cubitas en marcha de doce leguas y apareció en Guanaja, puerto de mar, que en aquella época sólo contaba doscientos cincuenta habi– tantes libres y ciento ochenta esclavos, casi todos negros. Quince legua s hacia el sureste se halla Vegas de Za– ranaguacán. Pasando por Cubitas y Altogracia, llegó allá el Padre il.doain el 17, donde sirvió de iglesia la casa de D. Ramón Ponte, un propietario muy buen cristiano, que con su ejem– plo contribuyó no poco a disipar recelos de un grupo de lllcrédulos rebeldes. 15

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