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_______:C:..:oc:.nc:.t:.cin'-'úa su apostolado en Cuba 219 tan fuertes borrascas, que no pudo celebrarse el acto de la Misión. ¿Fué coinciden.¡:ia? Los de Babinei y los de Santa Rita, a donde fué después, no lo creyeron · así. Tuvieron el suceso como un milagro obrado por la Divina Pastora, que quiso escuchar la oración de su devoto apóstol. Por ello en ambos lugares fué extraordinaria la devo– ciÓn de las gentes. En Santa Rita, donde comenzó el día 17 del mismo septiembre, reuníanse hasta dos mil · perso– nas, mucll.as de las cuales recorrieron diariamente largas distancias. No es extraño. La fama del favor prodigioso las había sugestionado. El día 26 dispúsose a trasladarse a Giguani. Antes de emprender la marcha, · tuvo aviso confidencial de que el Ayuntamiento estaba trabajando activamente, rebuscando leyes, disposiciones municipales, órdenes de gobernadores, para demostrar que no era lícito autorizar reuniones cla– morosas en pueblos crecidos. ¡Pues dicen que viene el Ca– puchino!, murmuraban entre sí los flamantes ediles. Y luego repetían por las calles que el Capuchino y los que se re– uniesen sin permiso expreso de las autoridades, incurrían en responsabilidad grave. El P. Esteban se. sonrió. y , debió exclamar para sus adentros: ¡Los tenorios de siempre! Llegado a · la villa, se fué en busca del Gobernador interino, que era un mucha– cho imberbe, oficial del destacamento; su nombre D. Ma– riano Aguado. Este le manifestó que el Ayuntamient;, le había pasado un oficio, rogándole que prohibiese las re– unioP..es, aunque fueran para actos religiosos. El Misionero le advirtió que nadie tenía atribuciones para suspender la Misión y que aquella misma noche comenzaría sus tra– bajos. ¿Pero a qué obedecía aquel nerviosismo de las auto– ridades? Obedecía a Jo de siempre. A los enredillos ro– mánticos de los tenorios. Y los Tenorios eran dos regidores Y otros amiguitos de los que mangoneaban el pueblo. Pero cuanta más oposición hubo por parte de aquellos obstina– dos, mayor torrente de gracia derramó el cielo. Ante las barbas de los ediles y a presencia del Go– berna dor, reuníanse millares de personas llegadas de lar– guísimas distancias. Y no iban en silencio. Porque, princi– palmente los últimos días, los vivas clamorosos, los · cán– ticos sagrados sucedíanse. sin interrupción. Tal entusiasmo, tal espectáculo de fervor religioso, acabó por arrastrar y

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