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214 El Padre Esteban de Adoain vimiento y conmocwn las gentes de las aJdeas! Sobre la misma mesa, el cilindro de madera que encierra el lienzo de la Divina Pastora. Al verlo sentía nostalgia de aquellos días en que lo enarbolaba a la entradq de los pueblos entonando las dulces letrillas, que con ser siempre las Inis. mas, siempre le parecían nuevas. ¡Y. . ya no pudo a guan. tar en su lecho! Saltó de él. Preguntó por el P. Antonio de Galdácano. Y con paso vacilante fué a buscarlo. - ¡Vamos a predicar Misiones!. - exclamó al verlo. El P. Antonio de Galdácano no salía de su asombro. No sabía qué contestar. - ¡Vámonos! ¡Ya tengo todo preparado! - añadió el P. Esteban. Nada valieron las reconvenciones de su hermano de hábito. Nada las súplicas de su enfermero. Presa de una fiebre pertinaz, implacable, que le carcomía la naturalezr,, se puso en marcha con su compañero.

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