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212 El Padre Esteban de Adoain No resultó proporcionalmente tan fructífera la Misión comenzada el l de octubre en Las Tunas, población nueva y frívola. De las mil seiscientas personas que la integraban, sólo comulgaron quinientas ochenta. Quizá se debió a los. crguaceros diarios, que impedían al público salir de casa. Las Misiones de San Miguel de Manatí y de Yarigua, aldeas muy aisladas, se caracterizaron por el mayor en. tusiasmo, sobre todo la segunda, donde casi todos los ve– cinos aprendieron de memoria el librito titulado ·El Maná,, que les regalaron nuestros Misioneros. Por aquellas aldeas estaba haciendo estragos la vi– ruela, que en Cuba presentaba caracteres mucho más ora.. ves y repugnantes que en Europa. Sin embargo, el P. "'Es. teban no interrumpió el plan de sus correrías apostólicas. El 29 de octubre se trasladó a Rompe, partido que se for– mó con varias haciendas de criaderos de ganado y con. algunas viviendas del lugar que !Jaman Los Melones u. Ojo de Agua. En este último punto estableció la Misión. ¡A qué rincones llegaba el P. Esteban! Asistió poca gente a causa de la epidemia. El fruto fué relativamente satisfactorio. Diríase que el internarse en aquellos parajes era perder un tiempo precioso. Pe– ro aquellas almas, decía el Padre Esteban, valían más que todo el mundo. Y si él no llegaba hasta allí, ¿quién iría a buscarlas? Terminó en Ojo de Agua el 5 de noviem-· bre. El mismo día se trasladó a Soledad, y dejando allí al P. Galdácano, continuó él a Cabaniguán, haciendo viaje de diez leguas. También aquella aldea era toda de cria– deros de ga~ado, muy distantes unos de otros. Aque– llas gentes no eran muy civilizadas. Pero se porta– ron dócilmente con nuestro Misionero, que sabía tocar todos los resortes más eficaces para ellos. Las lluvias to– rrenciales no cesaban; sin embargo, hubo mucha asisten– cia. El día 12 del mismo noviembre, recibió aviso del Ar– zobispo para que se trasladase a Cauto-Embarcadero, para preparar al pueblo a recibir a Su Ilustrísima. Había de ca· minar por una verdadera ciénaga y salvar así una distancia de veinte leguas. A cualquiera le hubiera ocurrido contestar al Prelado, rogándole que le dispensara, porque el camino era intransitable y largo; y porque era seguro que aquel viaje le causaría una enfermedad, como solía suceder con.

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