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182 El Padre Esteban de Adoain cramentos. De día y de noche estaba entregado al ejer– cicio de la caridad, recorriendo sin cesar las viviendas acompañando cadáveres, enjugando lágrimas, confesand~ moribundos, administrando el Santo Viático y la Extrema Unción. El día 24 el P. Esteban exhortó a todos a asistir a una procesión que recorrería todas las calles de la villa. Lejos de cesar la peate, aumentó su furia: fué el día que hubo más víctimas.· . ¿Cuál fué la causa?>, pregunta nuestro Mi– sionero, presa de gran aflicción: «Unos horrorosos pecados, contesta él mismo, que se cometieron aquel día en la po– blación por unos hombres lascivos, y no pudo aplacarse la cólera divina». Se repitió la procesión de rogativa, llevando la imagen de San Pablo ApóstoL Patrón de la villa. Tam– poco disminuyó el número de víctimas. Acongojado el santo Misionero, postróse llorando a nte la dulce Pastora y Madre de las almas, que fué siempre su refugio en días de tribulaciones. A sus pies tuvo una súbita inspiración. Anunció para el día 28 una comuniód general y ' una procesión de rigurosa penitencia, tal como él solía acon– sejar, es decir, a pies descalzos. No es necesario advertir que casi todos los que no se hallaban enfermos asistieron dócilJUente a los actos anunciados, poniendo su confianza en las oraciones de aquel Siervo de Dios, que les prometía la pronta desaparición del terrible azote. Los que aún no habían purificado sus conciencias, co– rrieron al Sacramento de la Penitencia. De los ochocientos dieciséis matrimonios concubinarios escandalosos, faltaban ciento cincuenta por legitimar su situación, separándose o aleniéndosé a la Ley de la Iglesia. Pero inmediatamente repararon el escándalo con visibles muestras de arrepen– timiento. Comulgaron tres mil personas. Y se organizó la imponente procesión. Pero, antes de comenzar la ma rcha, nuestro Misionero dirigió una alocu– ción, quizá la más sentida y vibrante que brotó hasta en– tonces de sus labios, exhortando a adultos y a niños a una verdadera penitencia, confiando en la protección de la Di– vina Pastora de las almas, anunciando que, si su peniten– cia y contricción eran verdaderas, la Virgen conseguiría del Señor el que cesase la peste, porque Dios es el dueño
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