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_ ______ f_x_it_o_s_de su apostalodo en Cuba 181 del Prelado, a oir confesiones desde el día 25 de octubre basta el 2 de novieJ?bre. . En Santa Rila, a donde pasó el día 3, y donde pr~dicó con D. Manuel Subirana, oían!~ cada día má s de tres mil personas. a pesar de que la campaña de calumnias arre· ciaba contra el Arzobispo y contra el Capuchino. El fruto espiritual y el entusiasmo fueron extraordinarios, como se demostró en las comuniones ha bidas en los días 14, 15 y 16 de noviembre. . Era su propósito continuar en Santa Rita, porque aún había muchísima mies espiritual que recoger. Pero el Arzo. bispo que se hallaba en Giguani le avisó que fuera sin pérdida de tiempo. Habíase declarado la peste en. algunos pueblos, presentándose en Santiago con caracteres impo· nentes; y desde allí enviábanse recados s;ontinuos recla– mando la presencia del Prelado. En consecuencia, el día 16, víspera de la salida del Arzobispo, se trasladaba el P. Esteba.n a Giguani, desoyendo, por espíritu de obedien· cia, las súplicas y lágrimas de .los de Santa Rita; que se empeñaban en' enviar al Arzobispo una comisión repre· sentándole sus deseos d~J' retener unos días al Misionero. Aquel mismo día se declaraba la peste en nuevos pueblos, registrándose dos casos en Giguani. El cólera· morbo se extendía con una rapidez aterradora. Con ello se presentó ancho campo a l celo y caridad de nuestro Misionero. Es admirable lo aue aconteció con este hombre de Dios. El cielo quiso a creditar su misión y su virtud con va rios prodigios. . El día 17 hubo 11 muertos en Giguani. Y día por día iba a umentando el número de víctimas, hasta llegar a vein· tisiete defunciones diarias. La población se hallaba co:qs· tern.a da, como se deja entender. Pero el terror no tuvo lími· tes, cuando el día 26 del mismo mes de noviembre, a las tres de la madrugada fueron sorprendidos por un formida· ble temblor de tierra, aunque a·fortunadamente no ocasionó desgracias personales. El día 21 había caído enfermo el Párroco. El 23 ca yó D. Ma nuel Subirana, úni.co auxiliar del P. Esteban. El trance de nuestro Misionero era gravísimo y apurado. Había de atender, él solo, a centenares de enfermos. Había de ser el único paño de lágrimas de todos los vecinos. Mas fué 1al su diligencia, que no se le murió ni uno sólo sin Sa-

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