BCCAP000000000000130ELEC

174 El Podre Esteban de Adaain ron el día 21. La Misión que allí predicó hízose muy rui– dosa por una circunstancia especial. La villa de Santa Cruz se había formado recientemente con la hez de otras poblaciones: Bayamo, El Príncipe, etc. El Cura D. Ramón Rivero, vivía en la sacristía. ¡No había una mala choza para él! La iglesia no tenía púlpito. El P. Esteban lo improvisó con una mesa, unas tablas y dos cortinas. El fruto de los sermones era exiguo, casi nulo. Resol– vióse el P. Esteban a llamar a su presencia a todos los que vivían en escandaloso contubernio. Gran parte de ellos se presentaron en actitud cínica, negándose en absoluto a sa– lir del vicio y reparar el escándalo. Era domingo día 23. A la noche predicó sobre la urgencia de convertirse a Dios. Expuso la grave responsabilidad de los que desprecian las gracias sobrenaturales. Amenazó .con la indignación y la cólera divina. Al día siguiente, uno de los más petulantes y obstinados experimentó una desgracia. Un bocoy lleno de miel le cayó a la cabeza y lo dejó como muerto. Tu– viéronlo todos como aviso de Dios. El día 28 a la noche, rezando el Santo Rosario tuvo una súbita inspiración. Desde el púlpito habló a su com– pañero, diciendo en voz muy alta y con acento muy paté– tico: «Ya sabe lo que nos dice Jesucristo: que cuando no fuéremos bien recibidos en una ciudad, huyamos a otra, sacudiendo el polvo de la s sandalias, y que no pasará una generación sin que la ciudad infiel experimente el castigo del cielo. Tome el estandarte de la Divina Pastora, yo to– maré el Santo Cristo y huyamos.» El público prorrumpió en llanto y en clamores: ¡No, no Padre, no se vayan!. .. Pero sin hacer caso de aquellos ayes y de las promesas que formulaban, se retiraron apre– suradamente, rezando el Miserere. Se ocultaron en la casa. Postráronse ante la Virgen. El P. Esteban oró con lágrimas y ofreció por la conversión de aquel pueblo una peniten– cia extraordinaria. No había transcurido una hora, cuando la población, consternada y conmovida, se presentó en masa ante la casa de los Misioneros con las autoridades a la cabeza, suplicándoles que continuasen la Misión, que fueran al tem– plo a consolarlos y prometiendo que se confesarían. · Inmediatamente ambos Misioneros se trasladaron a la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz