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162 El Padre Esteban de Adoain carnaciÓn•, comenzada el 5 de diciembre, se registró un caso pintoresco: el cabo o alcalde pedáneo, D. Narciso Her. nández, al tener noticia de la llegada de los misioneros puso pies en polvorosa, desapareciendo súbitamente sin de: jar rastro. El pobre D. Narciso tenía unos enredillos am 0 • rosos con una mujer, de la que no había tenido más que siete hijos. No quería ya casarse con ella, porque no era lo que fué a sus diecinueve o veinte años. Podía pensar ya e::J. abandonarla. Era cosa fácil y de moda..Pero el dejar sin madre a los siete pimpollicos que tanto quería, no le parecía correcto, ni se lo permitía el corazón. Se hallaba entre la espada y la pared; y sin resolverse a ninguno de ·los dos extremos, permanecía en su modus vivendi bastante tranquilo. Pero le llegó la hora de perder la tranquilidad. Se ru– moreaba que un Capuchino iba recorriendo los pueblos, metiéndose hasta en los barrios y ca seríos más escondidos, y que resolvía de plano toda clase de dudas y singular– mente las de aquella naturaleza. Los rumores tuvieron c"n· firmación muy pronto. Un buen día se le comunicó que antes de 24 horas llegaba el Capuchino con otro Misionero y que se estaba preparando nada menos que la casa de su propio tío D. Juan Jesús Velázquez para convertirla en capilla. Precisamente se hallaba enemistado con él. ¡,Qué hacer? Esconderse y huir. Era lo más sencillo para evitar disgustos y complicaciones. Cua ndo el Siervo de Dios se enteró de lo ocurrido, hizo que se descubriera su paradero. Y le escribió una carta muy cariñosa, de sentimientos tan delicados y paterna les, que el buen cabo no pudo menos de rendirse, presentán· dose al día siguiente hecho una malva. El P. Esteban le visitó en su casa, y conmovido D. Narciso, no sólo se casó con la madre de sus siete hijos, sino que se reconcilió con su tío Juan Jesús, y cooperó al éxito de la Misión, c;uyo re· sultado fué magnífico. Era ya el día 15 de diciembre. Muy de madrugada rcm· pieron la marcha ambos misioneros, y atravesando una dis· tancia. de doce leguas, llegaron a Mayarí-Arriba, a muy buena hora para comenzar la predicación. También el Ca· pitón de aquel partido, D. Manuel Castillo, tenía sus gra· ves enredillos con otra mujer, con la cual se alió a vista y paciencia de once hijos propios, que hacía dos años ha· bían perdido a su madre.

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