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156 El Padre Esteban de Adoain quedarse definitivamente con la que les pareciera, o que– darse sin ninguna, abandonando a los hijos en el arroyo. El P. Esteban los había llamado repetidas veces a su pre– sencia, asegurándoles que él. como ministro de Dios, los recibiría amablemente y les ayudaría a salir de su mal estado. Oían hablar a los demás de la caridad y afabili– dad del Siervo de Dios. Repetíanse públicamente los ejem. plos referidos ·por el P. Es.teban, que demostraba lo infi– nito de la misericordia de Dios, así como lo terrible de su justicia. Todo fue en vano. El P. Esteban, después de a go– tar ·los recursos de su celo, acudió a la oración y a la pe– nitencia. Ausentóse de Morón con la pesadumbre de aban– donar allí aquellas ovejas descarriadas, pero con la con– fianza en el poder de la gracia divina. Su oración no fué estéril. El Cielo intervino directamente. Uno de los dos individuos obstinados hallábase .descan– sando una noche con su mujer en el lecho, teniendo con– sigo una criatura que no estaba bautizada. Sobrev.ino una fuerte tempestad, durante la cual cayó un rayo en la riüs– ma cabecera del lecho, que incendió una viga y el cabaliete que sostenía la cama y redujo a cenizas toda la casa. ¡Cosa extraña! Él .padre, la madre y la criatura resultaron com– pletamente ilesos. Ni a ellos, ni a nadie les ocurrió dudar de que aquello era un aviso de Dios. A la madrugada co– rrieron a confesarse; legitimaron su unión y bautizaron a la inocenté criatura. Más inexplicable es el segundo suceso. El otro aman– cebado hallábase durmiendo, sin que el espectáculo pre· senciado los día,; de la Misión fuera parte para robarle la tranquilidad. Su cómplice estaba con él. He aquí que a media noche oyen voces en la propia habitación. Como se deja entender, ambos experimentaron gran alarma; se dis· ponían a encender una luz, cuando de repente vieron una S e ñ o r a hermosa y elegante con un niño en los bra· zos, la cual dirigiéndose a ellos les dijo: •Si no .os con· vertís, legitimando vuestra unión, os condenaréis... • . No habló más aquella distinguida Señora; ni ellos la vieron ya en toda la noche, ni supij')ron nunca quién había sido. Al desptmtar el alba, corrieron a la iglesia, donde esperaron al sacerdote, que bendijo su matrimonio después de oírles en confesión. Ya tendremos ocasión de ver otros muchos prodigios ,

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