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Intentos de fundación en Cuba 137 - 3 contestó éste que, en efecto, estaban deterioradas y cos– taría cuatro meses la obra de reparación. Por esta contestación se ve que los Recoletos trabaja· ban bien su asunto con las autoridades; no puede negarse que les asistía el derecho. Mientras menudeaban estos dimes y diretes entre las autoridades y los frailes de Guanabacoa, llegaban a La Habana en el mes de julio cuatro de los Capuchinos de Ca– racas: PP. Murieta, Logroño y Hernani y el Hermano Idoy, concediéndoseles autorización para residir en la Isla. El cielo tenía preparada al paciente P. Esteban una nueva desventura. A principios de agosto cayó gravemente enfermo el P. Murieta con un ataque de perlesía, solici– tando el día 7 permiso y pasaporte para trasladarse a Es– paña ( 1 . El P. Hernani. enfermo también, se trasladó a Al– quízar, donde falleció de vómito de sangre el 18 de agosto. El P. Logroño cayó en la misma enfermedad. El Hermano Idoy, con los mismos síntomas, hubo de trasladarse a Ci– marrones. Un verdadero desastre, un cruel desengaño, un irreparable fracaso. Irreparable, porque los que en Cara– cas habían quedado, se acobardaron y dsistieron de su via je a la mortífera Isla de Cuba. Dios lo dispuso así para sus ¿¡!tos fines, exclamaba el P. Esteban al narrar en su Cuaderno segundo, este contratiempo. Y ahora, ¿qué hará el P. Esteban? No desconfió de la ayuda de la Divina Providencia. Declaró al Sr. Obispo que esperaría tranquilo mientras se daba solución al asunto del convento de Guanabacoa. Pero no oermaneció ocioso. Pre– dicaba sin cesar, siendo llamado a ·las principales iglesias de la capital. «Creo que el fruto era mucho, dice el Padre Adoain con suma modestia, y añade: Digo esto por el mu- cho auditorio que veía concurrir.» (21. . · El egregio misionero hízose muy popular. Era general· mente apreciado y admirado por su austeridad religiosa, por su espíritu de recogimiento y de penitencia. Vestido de un hábito raído y remendado, descalzos los pies, rapada la cabeza, luenga la barba, ofrecía un vivo contraste con el P. Jacinto de Peñacerrada, que ostentaba ropaje de ciérigo secular y se afeitaba la barba. El estilo de la predicación (1) Falleció en Murieta, Navarra, el 14 de febrero de. 1856. (2) Cuaderno II, p. l.

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