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136 El Padre Esteban de Adoain cuencia le comunicó al Siervo de Dios que podía instalarse en una de las celdas del expresado convento, señalándole las bases a que deberá sujetarse, tanto él como los demás Capuchinos en el ejercicio de su espiritual ministerio. Muy precipitado anduvo el Sr. Obispo en dar seme– jante paso. No era el asunto tan sencillo como él suponía. Porque el Superior del convento de Guanabacoa, P. Santos Men– díbil. sabedor extraoficialmente de cuanto ocurría, protestó con un largo oficio de 26 de abril ante el Capitán General. alegando que de los seis religiosos que vivían en el con– vento, dos estaban dementes, dos eran octogenarios y que era una crueldad ~acarlos de su casa para ir a otra ajena y finalmente que el convento era propiedad suya por Reales · Cédulas otorgadas desde mediados del siglo XVII a su Or– den y que era la única casa que conservaban en la Pro– vincia: El Obispo al recibir este comunicado, que le fué tras– ladado por el Capitán General. replicó con e~tilo acre que todo estaba hecho y dispuesto y el compromiso adquirido con los Capuchinos; que los PP. Recoletos podrían continuar viviendo en su convento; que en caso contrario, haría que se trasladasen ·a otro de La Habana. Y poco después, en 24 de julio, preguntó al Superior de Guanabacoa le dijese qué número de celdas había en el convento. Uno de los PP., José Gurua, contestó que sólo había cinco celdas vacantes, que dos estaban ocupadas por dos PP. de Jerusalén, otra por el P. Torres y otra por el P. Esteban de Adoain. Y seis días más tarde el Superior agregó que las celdas se hallaban en estado ruinoso y que los Padres enfermos mentales decían que no saldrían de allí y que si los sacaban a la fuerza, ellos volverían a Gua· nabacoa (l). El Obispo, contrariado, ofició (2 de agosto) al Super· intendente, ·rogándole que hiciese reconocer las celdas. El (1) Los Padres del convento de Guanabacoa no debieron tra– tar a nuestl·o misionero con g1·an cordialidad. Parece cierto que no le permitieron utilizar confesionario y púlpito en la iglesia de los mismos. Y a esta contrariedad aludía sin duda el buen Padre Esteban en carta que dirigió a su familia desde Holguin, con fech a 31 de agosto de 1853: <<Fuí privado de poder trabajar... >
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