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El Gobrerno de Caracas y el Padre Adoain 125 en las almas. Las gentes corrían de todas partes a oir la palabra divina. Los concursos han sido grandes y los llan– tos y sollozos tales, que me veía precisado a deCirles que no llorasen, para que me oyesen mejor. El día de San José regresé a San Felipe; pero es para predicar en esta ciudad (Caracas). Pare! la Semana Santa voy fuera a predicar y confesar y concluída la Cuaresma, dmé principio a otras Misiones, que serán lejos de la capital. pero dentro de la República. El Sr. Provisor está empeñado en que vaya de pueblo en pueblo a dar Misiones. No sé si iré solo o acom– pañado.. . » No expresa en la carta cuáles fueron ls>s pueblos que había recorrido. En el segundo cuaderno de su Diario men– ciona las Misiones dadas por · aquelios días en La Vega, Antímano y Maracay, pero sin duda fueron. muchas más. En la capital predicó desde el día de San, José, en di– versos templos, en las Concepcionistas, en San Francisco, en la Merced. Pero fué notabilísima la Misión que predicó en la Ca– tedral de Caracas. Desde los días del Venerable P. Cara– bantes ·no había presenciado aquella ciudad espectáculo se· mejante. Más de diez mil personas acudían cada día a oir los sermones del P. Adoain. Líenábase de bote en bote el anchuroso templo, desde mucho antes de la hora del ser– món y la muchedumbre rebasaba por las calles y plazas inmediatas, desde donde se oía la voz potente del misio– nero. El hombre de Dios trabajaba por el bien de las almas como si nada anormal ocurriera en la República. Pero sabía que los anticlericales le acechaban y le odiaban sólo por– que era el más culminante de los pregoneros de la mora Y del Evangelio. La conversión que ya referimos de un pro– hombre de la Nación, como suceso de gran resonancia, alar– mó a otros prohombres. En los pueblos y en la capital todo el mundo se iba tras él. No importa que no acudieran a los pies de los confesores los once mil aventes de la Catedral. Aquellos once mil entusiastas del ~isionero comunicaban su entusiasmo a otros once mil o veinte mil más. La opinión p ública se había definido adversa a los que o;upabarr los altos cargos. Estos veíanse despreciados. Ha– bla que defenderse: «Perezca el misionero y salvémonos n?sotros. No sean vanos los esfuerzos que hicimos para el tnunfo de la revolución.» ..
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