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102 El Padre Esteban de Adoain Como carecían de vivienda por no constituir familia, se guarecían en la choza de algúii desaprensivo, que nunca faltaba. El Siervo de Dios declamó varias veces contra se– mejante práctica. Viendo el escaso resultado, quiso ·aplicar el remedio a la raíz. Y prohibió. en absoluto que nadie diese albergue en su casa ci sujetos tan inmorales, amena. zando con inmediato castigo ¡le la justicia divina a los que desobedeciesen en esto al misionero. Aquella misma noche fué despedida de una casa, cierta pareja que vivía concu– binariamente. Ella y él solicitaron albergue en otra, donde fueron admitidos; pero en el momento mismo en que la dueña de la cabaña les dijo que podían entrar, cayó en tierra sin poder articular palabra. Llamaron a su marido y a sus hi– jas, la colocan éstos en una hamaca, la llevan a toda prisa • a la casita-misión, que distaba cuarenta pasos; corrió el Padre Hemani saliendo al encuentro de la triste comitiva; mas nada positivo pudo hacer: la infeliz mujer, acababa de expirar. Casos como éste impresionaban muy vivamente a los indios, que consideraban a los misioneros como seres ex– iraordinarios venidos del cielo. Nuestro Padre Adoain continuaba su .apostolado con el mismo celo y con idéntico optimismo que ei día de su arribo a la Misión. · Un día, a mediados de septiembre, sintió que las fuer– zas le abandonaban, le temblaban las piernas, experimen– taba mareos continuos y mucho frío en la espalda. ¡La fie– bre había clavado su garra en Ia naturaleza de hierro del Padre Esteban! Y la fiebre de aquel país era mortífera, so– bre iodo si se cebaba en un europeo. Para colmo de des– dichas, el P. Hernani. aún convaleciente, experimentó arave recaída. ¡Situación verdaderamente triste y lamentabl~! Aquellos dos atletas apostólicos sucumben al rudo y continuo trabajo, al hambre, al rigor del clima, a los dis– gustos, a la privación de lo más absolutamente necesario para la vida. Tendidos en una hamaca, en el interior de una mísera choza de ramaje, cuyas paredes no pueden ponerles al abrigo de las inclemencias del tiempo, ni de los insectos, ni de las acometidas de las fieras. Abandonados de todos. Sin poder echar mano de una medicina.. ¡Priva?os de todo

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