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- lOO El Padre Esteban de Adoain ligado de todo compromiso. ¡En cuántas· responsabilidades incurren los hombres ante Dios, ante la Historia y ante la Iglesia, por dejarse guiar por las propias concupiscen– cias! (1). Ya dijimos, y hace· constar el Padre Esteban en su dia– rio, que la actitud del Gobierno fué la niuerte de las Mi– siones. «¡Cuánto me afligió - dice el Siervo de Dios- tan_ inesperada disposición, que vino a inutilizar en un mo– mento todos los -esfuerzos que hasta entonces habíamos he– cho!» (Id. 29.) A los misioneros no les convenícÍ naturalizarse en Ve– nezuela, renunciando a los derechos de súbditos españoles, porque !a situación de orden era muy inestable y muy in– cierta en aquella República; ni querían jurar la Constilu– ción, que no podía satisfacerles, ya que los _Obispos del país se habían negado a jurarla, como lo consignamos mriba. Entregado a presentimientos muy tristes, continuó el Padre Esteban su viaje a San Fernando, sin otro objeto ya que visitar y consolar al Padrj'l Ignacio Fernández, que ha– bía venido enfermo de Caribén. Cumplido este acto de ca– Iidn.;i. se puso en viaje de regreso hacia su Misión. Viaje accidentado, triste y largo y lo peo~ de todo, in- también recibir carta de naturaleza que se les había expedido. El Gobierno resolvió que los misioneros debían prestar juramento, pOl'que lo exige a todos los empleados el artículo 220 de la Cons– titución y_tomar la carta de naturaleza y que si no se prest asen a una y otra cosa, debían considerarse como si no se hubiesen pose– sionado de sus destinos, reintegrar al Tesoro los gastos que le ha– bían ocasionado y salir del país al cual vinieron a sus expensas,. sólo con el objeto de emplearse en el servicio de las Misiones. Esta resolución se comunicó al Gobemador de Apure y aun no 'e sabe el resultado l]ue habrá tenido. Por cuyo motivo nada puede dictarse en cuanto a los adelantos de sueldo pedidos, etc. etc.-Fir– mado J uan Manuel Manrique.» (Ar chivo del Vice-Postulador, Car– peta 1.• n. 25.) (Copia auténtica. ) Según esta contestación, se ve que el nuevo Gobierno de Ve– nezuela consideraba a los misionet·os como unos empleados civiles de la Nación. Para el Gobierno nada significaba el contr ato de Marsella. (1) Confirmase lo dicho, con lo que leemos en la Historia del Mundo en la E dad Moderna: «Puede tacharse a Soublette de excesiva lenidad ; toleró la procacidad creciente de sus enemigos y el liheJ?tfn'¡iJ'e-·de la prensa». (E. !barra Rodríguez, tomo XXIII, pági¡¡á~ 9'09): . ,,.~,·

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