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70 A.>;t:ARIO MISIOS.U. CAPITULO TERCERO Ejemplar Vida Religiosa Cierto día, dentro ya de la dominación alemana, invitaron unos oficiales germanos a varias jóvenes kanak11s, alegres más de la cuenta, a una fiesta religioso-patriótica en honor de Lutero. Tan amable proposición fué acogida por las muchachas con una sonora carcajada-¿Por qué os rels?-interrogaron muy serios los milites. -Porque el fundador de vuestra iglesia fué un mal fra ile.-Pero ¿quién os ha enseílado tales cosas?-Los Misioneros-replicaron las Pon11penses. A palabras tan claras no supieron qué responder los alemanes. Aquellas inteligencias rudimentarias hablan aprendido bien la lección y nada querian de una religión fundada por un mal fraile. Toda su adhesión y confianza re.spetuosa habíanlas deposita– do así ellas como sus compatriotas en aquellos Capuchinos, que veían en Ponapé, tan laboriosos, tan abnegados, tan buenos. Véase si no el siguiente lance: después de haber dado grandes escánda– los unas muchachas, en tiempos también de la dominación alemana, alejáronse completamente de la Iglesia, movíd11s por el remordi· miento. Mas apagados los fuegos de la pasión, tan furiosa y pron– ta en aquellas latitudes, expresaron vivas ansias de reanudar sus antiguas prácticas cristianas al entonces misionero de Auak, Fray julián de Vidaurreta. Celoso del bien de aquellas pobres almas, trasladó éste sus deseos al Padre misionero, que venía a Auak to– dos los domingos o d~cir Misa, confesar y predicar. Enterado del caso el Padre, impuso a las penitentes, que eran siete, siete dlas de ejercicios, al cabo de los cuales confesarían y comulgarían. Me– diados éstos, tres de ellas, para mayor tranquilidad de sus almas, hicieron sus exámenes de conciencia por escrito, y, no disponien– do de lugar seguro para su custodia, se los entregaron, sin vacilar un punto a Fr. julián, que dirigía los ejercicios, a fín de que se los guardase hasta el dfa de su confesión con el Padre... Todo es dig– no de admiración en este suceso, que nos recuerda escenas del San– to Evangelio: la singular confiunza de las pecadoras en el misione– ro y la ejemplar vida de éste, acreditada por la alta confianza. Y como esta eran las vidas de los restantes misioneros. Si me preguntare alguien por la fuente donde bebían nuestros Padres y Hermanos su robusta espiritualidad, le señalaré su Regla-
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