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ANUARIO MISIONAL sia y ta mayor parte de tos europeos, conoce a ta perfección. Le aseguro a V. que es una mujer notable. -Es un hermoso ejemplar de amor patrio, que V. con sus re– v~laciones, popularizará con justicia en España, le contesté; a pe– sar de eso, tal vez no le den ni las gracias, porque aqul las gasta– mos así.> (Cf. Enrique Taviel de Andrade: Historia del Conflicto de las Carolinas, ps 50 y 53. Madrid. 1886.) A pesar de todo, no fueron esta8 revelaciones las que popula– ri¡:aron a D.ª Bartola en España; la acción que le dió renombre y celebridad en nu%tra patria fué aquel su gesto viril y desbordante de patriotismo, cuando ella sola izó en lo más alto de la costa de Yap la bandera de nuestra nación, tejida por sus manos, contra la cañonera alemana •lltis• que arbolaba su bandera con intenciones de pirata. Muerto su marido, no se sabe si en un naufragio o a manos de los salvajes, fija definitivamente su residencia en Yap con sus ya nombrados sobrinos Ramón y juan, donde se granjea en breve tiem– po por la honestidad de sus costumbres y exquisito trato la simpa– tía y afecto de los indígenas. juan es un niJ\o de unos once años, dócil y listo como él solo. Educado e instruído por nuestros misioneros, desempeila a las mil maravillas y gustosisimo los oficios de monaguillo, lector en el re· fectorio y cuantos encargos se le encomiendan. Y como, además del español, conoce y habla perfectamente el idioma carolino, nuestros Pacires le han escogido por su intérprete oficial. En sus infantiles juegos con sus amiguitos carolinos invoca frecuentemente al Seilor y hace .que éstos le invoquen con él, ni más ni menos que si se tra– tara de un consumado y celoso misionero. Huelga decir que tan fe· lices disposiciones debe el pequeño juan en no exigua parte a la solicitud maternal de su tía, Oª. Bartola. Su otro sobrino es ya ca· sadero, y tan confirmado en la fe por nuestros padres que oye misa casi todos los días y observa una conducta verdaderamente ejem– plar. Desde la llegada de nuestros misioneros, o.• Bartola constitu– yóse en su providencia, asistiéndoles material y moralmente. A menudo enviaba a sus sobrinos y criados a pescar para los religio– sas, y procuraba con vigilante cuidado servir a estos en toda oca– sión y serles útil con sus limosnas, palabras y ejemplo. Su casa era centro de reunión donde las niilas y muchachas carolinas aprendían la doctrina cristiana y·recibían larga y genero– sa hospitalídad. En su trato con nuestros Padres y Hermanos mostróse siempre
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