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56 M1JARIO ~llSIOSAL trum~nto del padre de la mentira (Cf. Carta del citado Padre. 1\\en– sajero Seráfico. i\\adrid. Noviembre, 189i. n.º 171.) Como fueron consoladoras y espléndidas las primicias del Apostolado de nuestros misioneros en las Pataos al bautizar, no bien llegados, a un nietecillo de la reina de aquellas islas. (Cfr. Mensajero Seráfico. Madrid. Enero, 1892. n. 0 101.) Con estas conversiones, singularmente con las de los reyezue– los de Ponapé nuestros misioneros estaban ya a punto de ver con· vertido en hermosa realidad, en diez años no más de apostolado, su sueño de evangelizadores, pues como auguraba el P. Bernardo de Sarriá en su carta al Rmo. P. General, en consiguiendo la con· versión de los reyes se había conseguido todo, •pues el dominio e influenc;a de aquellos-son sus palabras-es absoluta y arrastra hasta el último vasallo.• Confiérese de lo expuesto que la conver– sión de las Carolinas al catolicismo era ya solo cuestión de tiempo. -¿Cuántos infieles quedan en la ciudad? interrogaba S. Gre– gorio Taumaturgo momentos antes de expirar. Respondiósele que 17.-Pues 17 eran los católicos que habla en Neocesarea cuando comencé el episcopado. Al empezar nuestros misioneros sus tareas apostólicas, no exis· lían en todas las Carolinas, que contaban 40.000 habitantes, más que tres católicos: eran éstos la famosa D.º Bartola y sus sobrinos Ramón y Juan. Pero al abandonar en 1904 los Capuchinos espail..1· les aquellas islas para ser sustituidos por Capuchinos alemanes, el número de católicos ascendía a la respetable cifr11 de 10.49.3. (Cf. Anal. XX, 80 y Anal. XXI, 108.) ¡Proeza magnifica en verdad la de nuestros misioneros, y glo· riosísima as! por la rapidez como por la solidez y firmeza de sus conquistas evangélicas! ¡Dios estaba con ellos!
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