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76 ANUARIO ¡\\JSIONAL las primeras hojas de una cosecha no lejana. El Bigotinos cabalgaba a mi lado y me comunicaba sus impresiones. La gente es buena, me decía, y hay muchos que en secreto me rogaban intercediera ante el Padre para que los admita en el catecumenado. Ayer tenían la ce– remonh. de la evocación de los espiritus. Hicieron primero en aque– lla pagodita que vió el Padre y en otra que hay en el fondo del ba– rranco; pero los espíritus no han respondido esta vez y dicen todos que es porque siendo falsos no pueden enfrentarse con el Dios ver– dadero que les ha traído el Padre... Durante tres semanas continuamos nuestras salidas por los cua– tro puntos cardinales de Ping-gliang y a mediados de Noviembre, la gracia de Dios se hacia sentir con íuerza irresistible. Desde los puntos mas remotos del distrito venían los catecúmenos con una fe y una sencillez desconocidas hast>1 entonces. Algunos dejaban las casas y las bestias al cuidado de sus vecinos y bajaban con toda la familia. Otros quedábanse a ultimar los trabajos de la era y manda– ban por delante sus mujeres e hijos. Desde que entraban en la esta– ción desaparecia la timidez natural de todos aquellos montañeses, y los niftos pequeños, que con sus madres ocupaban el patio de las mu– jeres, colgábanse del hábito de las Hermanas como de la chaqueta de sus propias mamás..... La Recolección Era la víspera de Navidad y los primeros catecúmenos habían ya aprendido el catecismo del bautismo y las principales oraciones. El Rmo. P. Prefecto quiso dar solemnidad al acto y ordenó que los nuevos catecúmenos hablan de ser bautizados en la Noche Buena. Las mujeres y ninos antes de le colación y los hombres momentos antes de la Misa de gallo. El bautismo de los hombres fué algo que debió impresionar profundamente el alma de Jos neófitos. Como la iglesia no tiene pórtico se decidió hacer la ceremonia en el patio. Veintitres hombres de pie, escoltados por sus padrinos, formaban en semicírculo en el centro del cual, en una silla sin respaldo, sentába– se S. Ilma. rodeado de asistentes y seminaristas, uno de los cuales mantenía en alto una lámpara de petróleo que proyectaba contra les paredes las sombras confusas de la concurrencia. En el cielo sereno y frlo temblaban las estrellas como cristalillos de araña gigantesca. En el silencio proiundo de la noche resonaban, como en el fondo de las catacumbas la oraciones del oficiante y las respuestas enérgicas de tos neófitos. Ni c/11 chúe mao kuel ma? Renuncius al demonio? Renuncio! contestaban, con decisión uno tras otro todos aquellos,
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