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ANUARIO ¡\\JsrONAl. 73 Entre tanto, el ama de casa maniobraba con mano diligente, y la nube de vapor que se levantó de un enorme caldero al quitarle la cubertera de madera, fué la seilal de haber llegado el momento– de la cena. Efectivameate, llegóse al kang y con un manojo de hierbas barrió las cenizas del tabaco y volviendo al caldero,colocó sobre una tabla una gran pile de panes redondos y delg11dos que vi– no a colocar entre nuestros pies. Sir>;ó desputls unas tazas de agua caliente y descolgó una vasija en que tenia guardada hasta, libra y media de sabrosa miel. Cenamos pues opíparamente, y cuan– do la concurrencia iba retirandose, el viejo que seguía fumando· con mi pipa, tomándome de la mano me dijo: Gran hombre, yo te invito a cenar y dormir en mi humilde habitación. Bien, le respondí, acepto tu kang, pero no cenaré porque he cenado ya lo suficiente. Y a&ido de la mano temblorosa de aquel anciano, sAll al patio ilu– minado ya por la luz de las estrellas. No lejos divlsébase la clari– dad de un candil y en aquella dirección me condujo mi hospitalario seftor. Entramos, pues, en su casa y después de tomar una taza de te, dije al Bigotiños: Es ya tarde y habremos de rezar las oracio– nes de la noche. Como en esta casa no tenemos altar, nos arrodi· liaremos ante este crucifijo. Y descolgando el Cristo de misionero, lo coloqué sobre el kang y aquella noche, de la cima de aqueUas montai'las milenarias se elevó por primera vez hacia el cielo el in· cienso de la primera oración cristiana. Acabado que hubimos nuestros rezos, el amo de la casa, que habla permanecido silencioso, levantóse del kang y fué a postrarse ante un altarcito cubierto de imágenes superticiosas, y después de hacer sus postraciones al cielo y a la tierra sacó de un cajón unos papeles amarillos, prendióles fuego en el candil y cusndo estuvie– ron a punto de consumirse los arrojó al aire, siguiendo con religio· so respeto las evoluciones de aquellas cenizas que elevadas un mo– mento por la fuerza de la combustión, vi1 ieron a caer apagadas a sus piés... Aquel hombre tenla también su religión y lo miré con más respeto cuando acabada$ sus prácticas superticiosas volvió a nuestro kang. Todavía encendimos una vez más nuestras pipas y encaminamos nuestra conversación sobre materias religiosas.•. Llevaba el Bigoti– í'los la voz cantante y cuando rendido por el sueño me envolví en m• zamarra dispuesto a descansar, oí como en sueilos la voz entusias– mada de mi buen viejo que declamaba: Todos los dioses de las pa– godas han sido honrados como divinidades por decreto de los em· peradores¡ todos ellos han existido después del cielo y de la tierra;
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