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ANUARIO i\\JSIONAL 69 nadas a protfger las perneras de mis pantalones. Revisé después mi botiquin de urgencia y hallé que nada me faltaba de lo preciso para combatir cualquier enfermedad por rebelde que se presentase. Una pomada para toda clase de heridas, grunos, sarpullidos, sar– na, tilla y demás enfermedades que dan la cara en la superficie de la pie); otra pomada más, para las enfermedades de Jos ojos, muy comunes en China. Un frasco de cáscara sagrada para todas las en· fermedades del tubo digestivo... recalcitrante. Unas píldoras de ya· tren, pua el mismo tubo des ..ordenado, y por fin un tubito de as– pirina para toda clase de dolencias, congestiones y afecciones de las vias respiratorias. Cuando todo estuvo en su punto y lugar correspondiente, colgué del cuello mi crucifijo misionero, descolgué mi garrote, arma ofen– siva y defensiva para la pereza del caballo o la demasiada fogosi– dad de los perros del monte y ful en busca de cabalgaduras, no sin antes despedirme y pedir la bendición del Amo del Rebaño que desde el altar comunica las órdenes a sus mayorales y los sostíene en el pastoreo de las almas... Momentos después, en las arcadas de la puerta de la ciudad resonaba el galope de los caballos de la iglesia y los centinelas de la muralla comentaban a nuestro paso: A donde irá ese demonio extranjero?... Monte arriba. Saboreando tan carli'iosa despedida, llevaba ya varios minutos de silencio, cuando la voz de Bigotillos vino a cortar el hilo de mis meditaciones: Venerable hermano, gritaba; apártate, deja paso a nuestros animales... Entonces me di cuenta de que hablamos en· trado en un sendero estrecho, bordeado por un precipicio y que un pobre viejo venia en dirección contraria llevando, colgadas de la punta de un palo, dos cestas de huevos. Arrlmóse el hombre al ri– bazo, y al llegar a pasar el Bigotillos, oí que decía con toda la cor– tesla del mundo: Nosotros no :,omos soldados ni gente de las ofici· nas públicas. Somos gente de la Iglesia Católica que ama mucho a los hombres y anda exhortando a todos que sean buenos. Te he ro· gado que te retiraras porque el sendero es estrecho y pudieren nuestros caballos estropearte la mercancía. Habéis hecho muy bién replicó el buen hombre. No hubiera yo entrado en este paso dificil, si hubiera sospechado que podía estorbar el paso del gran hombre (misionero). Llegábamos ya a la falda del monte y el Bigotiilos, saltando de su cabalgadura, vino a tomar las riendas de la mla. En sus ojillos
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