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ANUARIO MISIONAL 37 nuestros discipulos y hasta se les señaló plazo determinado, con la amenaza de ser duramente castigados si no obedecian. Púsose fin a la asamblea con un solemne juramento emitido en alta voz por todos los asambleísta~. por el que se obligaban a ir todos como un solo hombre a nuestra estación misional y quemar todos tos libros e imá· genes de catecismo.... Afortunadamente había comenzado ya a lto– ve~ copiosamente y, a pesar del juramento, todos se retiraron tran– quilamente a sus casas, sin que se registrara el menor incidente. Al día siguiente apareció nuestra puerta inundada de letreros contra lo más santo y sagrado de nuestra Religión y bs que por no llerir la delic11deza de nuestros lectores no estampo aqui. La policía se encar– gó de retirarlos una vez que toda la ciudad se dió porsuficientemen– te enterada; de todos modÓs aun llubimos de agradecerle ese acto de caridad.... l:.o más grave aun estaba por venir. El día de la Santísima Trinidad se celebraba en nuestra Iglesia unaMisa cantada. Un poco antesde quedieracomienzoésta, secoloca– ron en la puerta de la Iglesia unos 20 hombres vestidos de paisanos, comenzaron a cachear a todos los cristianos que venían y a romper los cuadros y estampas que traían, entre horrorosas blasfemias e imprecaciones contra nuestra Religión: a continuación ataron a iu10 de ellos y, entre mofas y baldones Jo condujeron al tribunal del Man– darín. Viendo que ta policía no quería intervenir, se hicieron más valientes aun, y decidieron hacer otro tanto en nuestras escuelas e Iglesias; pero nosotros, barruntando lo que iba a suceder, habíamos cerrado oportunamente las puertas lo más fuertemente que pudimos. Estos, al encontrarse con las puertas cerradas, se encaminaron al hospital que teníamos en frente, y allí se entregaron al vandalismo más desenfrenado. No es fácil en pocas líneas dar cuenta de los destrozos que durante dos largas horas hicieron en la mayor inpuni– dad. Por mi cuenta solo diré que los perjuicios ascendieron a más de catorce mil pesetas. No se vaya a creer que con semejantes actos vandálicos se die– ron por satisfechos. Su objeto principal era entrar en nuestras escue– las, romper todos los cuadros e imágenes religiosos y, finalmente, apresar a nuestros extranjerieados (?) discípulos, para pasearlos en apoteósico triunfo por las calles de la ciudad, como fin de tan brillante jornada. Así nos figurábamos al menos nosotros, y puede ser que no anduviéramos muy lejos de la realidad. Ante tan grave peligro decidimos disolver el Seminario y la escuela de catequistas; y como la puerta principal y única se hallaba ocupada por una mul– titud hostil y en actitud amenazadora, nuestros estudiantes no tuvie-
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