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ANUARIO MISIONAL 31 da, que las fuerzas se replegaban en la misión católica, para hacerse fuertes desde allá; en vista de ello acudió un nutrido pelotón a la puerta de nuestra casa en plan de atacarlos y atacamos; y apenas emplazados, comenzaron a disparar sobre nuestras casas. Forzaron la gran puerta de la calle y, como torrente desbordado, se lanzaron en nuestra persecución; pero pronto comprendieron de lo que se tra– taba; y entonces fué cuando penetraron a saco, arrebatando las ar– mas a los soldados y aprestándose a robarnos cuanto poseíamos. Los seminaristas, entre tanto, acurrucados en sus kang, daban diente con diente de miedo ante tan inesperado ataque; aunque in– tenté levantar sus ánimos. pasada la avalancha más fuerte, dicién– doles que la aventura había que darla por terminada, apenas si lo– graban dar crédito a mis palabras. Tal era el miedo que les había entrado con aquel formidable tiroteo y aquellas balas que pasaban silbando por encima de sus cabezas. De nuevo se hubieron de sus– pender las clases, hasta que se aquietaran los ánimos y se acabara aquella situación que se prolongó desgraciadamente por algunos días. Al cabo de ellos los asaltantes se vieron precisados a abando– nar la ciudad, porque ua nutrido ejército de Yangyutcheng se ade– lantaba contra ellos. En la salida, cosa verdaderamente increíble, no cometieron ningún desmán ni robaron lamás mínima cosa, dando un alto ejemplo de caballerosidad, tanto más de ser admirado y ponde– rado, cuanto que lo contrario es lo corriente e indispensable en éxo– dos de ese género. Esto ocurría el día cinco de mayo de 1932. Des– de aquella fecha, Sifengchen se convirtió en una balsa de aceite; y, merced a esa calma, se pudieron rehacer de nuevo el horario y las clases. Para que éstas se aprovecharan mejor se puso un maestro más; de este modo. los seminaristas pudieron recobrar en los dos me– ses q;;e aun les quedaban, el mucho tiempo malgastado a causa de las revueltas políticas. Los exámenes manifestaron la existencia de buenos candidatos para seminaristas y ocho de entre los más adelantados fueron segre– gados para que continuaran sus estudios de humanidades y latinidad en el Seminario admirablemente montado, que nuestros Hermanos de hábito, los Capuchinos Alemanes, poseían en la ciudad de Tsin– chow (Kansu). Este no distaba de Sifengchen más que la friolera de 560 kilómetrosl Cuando estaba ya para mandarlos a tan apartado lugar, en nada estuvo que tres de ellos no se vieran en el trance de cambiar la sotana de seminarista por el uniforme militar. Un día que volvían de sus casas, a donde habían ido con objeto de despedirse de su familia, fueron apresados en la cafle y conducidos a un cuar-

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