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ANUARIO MISIONAL 29 vir hasta que al ejército vencedor se le ocurrió perseguir y desbara– tar los últimos restos del ejército vencido. Para obtenerlo sin mucho derramamiento de sangre, envió contra Sifengchen un nutrido ejér– cito, con el fir1 de intimidar a los de esta ciudad; y tan perfectamente consiguió su intento que el ejército vencido, apenas se enteró de la movilización de las tropas enemigas, huyó despavorido hacia la ciu– dad de Kingyang, con propósito de ganar, si eran perseguidos, los impenetrables bosques de Huoshui. Al día siguiente (16 de marzo de 1932) hacía su entrada triunfal el ejército vencedor, sin disparar siquiera un fusil. En el corto espacio que medió entre la salida de los unos y la entrada de los otros se desplegó en la estación misional una activi– dad inusitada. Apenas vimos los patios libres de la soldadesca, lla– mamos a varios albañiles para que con fuerte paredón tapiaran la puerta de uno de los patios que daba a la calle; mientras los fámu– los y seminaristas, con e.I misionero al frente, se dedicaban a derri– bar por completo los kang, ventanas y fachadas de los edificios ocu– pados por los soldados, a fin de hacerlos inhabitables, easo de que los vencedores nos los quisieran ocupar. Por lo demás la estación mi– sional nada perdía con aquellos destrozos, pues todas aquellas fa– chadas tenían que caer necesariamente algo más tarde, para dar 1 u– gar a ventanas y puertas más amplias e higiénicas que tas existen– tes. Al anochecer de aquél día las casas presentaban . tal estado de ruina y desolación, que daba grima mirarlas. Solo quedaron intac– tas las pobrísimas dependencias del Seminario: la salita escuela con sus enormes bocazas de chimenea, cubiertas de hollín y ceniza... los tablones-escritorio, grasientos y llenos de tinta y las dos ventanas que aún persistían en su loco afan de impedir el paso de Jos rayos deluz... I Al día siguiente debía hacer su entrada el ejército vencedor. En previsión de contingencias desagradables, nos situamos cerca de la puerta de entrada de Ja estación misional, dispuestos a impedir la entrada a cualquiera que ostentara uniforme de soldado. Pronto se presentaron los acomodadores, requiriendo nuestras casas e invocan– do como razón que habían sido ocupadas durante un año entero por sus enemigos y que era razón les cediéramos a ellos, que venían a salvamos y a promover nuestro bienestar. Pero estábamos suficien– temente escarmentados de semejante compañia y con toda energía nos opusimos a sus demandas. Al ver nuestra intransigencia adqui– rieron aires policíacos; nos amenazaron con acusamos a la autori– dad, si no les dejábamos paso libre. Además, nos dijeron, era preci-

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