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ANUARIO i'v\ISIO]'IAL 25 su feudo. has ciudades, que más cantidad de ladrones vestidos de uniforme se vieron en la precisión de recibir, fueron Kingchow y Sifengchen. Esta aglomeración creó un serio peligro para nuestras. estaciones misionales, máxime para la de Sifengchen, donde existí– an bastantes casas desalojadas, las que, apesar de hallarse en pési– mas condiciones, era fácil. no obstante, prever que serían ocupadas. por aquella chusma, toda vez que ofrecían óptima disposición para la vida de soldado. Añadióse a esto que, el Brigadier que mandaba la guarnición de Sifengchen, estaba enemistado con la Misión desde el tiempo de los Padres Belgas, y era más que natural que nos qui– siera molestar esta vez, alojando sus tropas en la estación misional. En efecto, asl sucedió. Primero comenzaron con cara de bue– nos amigos a suplicar se les cedieran varios cuartos, pero en vista de que el M isionero no quería doblegarse a sus exigencias, deter– minaron hacer uso de la violencia, y un día pistola en mano, forza– ron la puerta de uno de nuestros patios, obligaron a las catecúmenas, que lo habitaban, a retirarse a otra parte, e instalaron en él a un teniente con todas sus tropas (marzo de 1931). Desde aquel día aciago comenzaron a llover innumerables sinsabores sobre los mi– sioneros, que regentaban aquella estación, los cuales se veían preci– sados a batirse tomo bravos ante la rapiña y desvergüenza de aque– llos foragidos.. IV. Son trasladl!dos a Sifengchen los futuros seminaristas Como cada dfa daban un paso adelante en sus exigencias, y amenazaban ya con ocupar también el patio que pensábamos habili– tar para Seminario, se decidió trasladar inmediatamente el grupo d.e seminaristas que, como mas arriba dijimos, estaba concentrado en Yütuchen (noviembre de 1931). Con su venida pudo evitarse algo, pero no todo, pues aquellos desvergonzados permitieron que ocu– paran los seminaristas unos sesenta metros cuadrados, reservándose lo demás para ellos. Dejo a la consideración de los lectores los gran– des sufrimientos que se originaron de este estado de cosas para nuestros incipientes seminaristas. Muchas veces se veían precisados a presenciar escenas desagradabillsimas en las que el misionero era despreciado e insultado. Veces hubo en que fué escupido, casi ape– dreado y hevado a juicio por defender de la rapacidad de aquellos de– salmados esos pocos metros cuadrados que ocupaban los seminaris– tas. Ese benemérito misionero fué el sufrido P. Gerardo de Erro. Otras muchas veces la emprend!an contra aquellos indefensos jo– vencitos, tratándoles de exclavos del extranjero y traidores a -la Pa-

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