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ANUAHIO MISIONAL 17 puerta de la ciudad nos encotramos con el mandarin, el cual nos dice que la ciudad está en inminente peligro de ser invadida por los co– munistas, y que, aunque a él le incumbeia obligación de responder de la seguridad de todos, no obstante en las actuales circunstancias se ve imposibilitado: por lo que nos aconseja que huyamos. Como las puertas de la ciudad no se pueden abrir por estar tapia– das con gran cantidad de piedra y tierra, nos vemos obligados a descolgarnos de la muralla, sirviéndonos de las sogas. Los mismos soldados nos ayudan en esta faena. La inseguridad nos movfa más que lo::. pies. Los caminos están frecuentados por gente peregrina que hu– ye del peligro y pretende ocultarse en los montes y en las cuevas. Primer descanso Después de haber recorrido algunos lis nos paramos a descansar. En la casa nos obsequian con algunas frutas. A lo lejos se divisan los muros de la ciudad, encerrando en su interior la zozobra y la duda: están rodeados por las armas comunistas. El calor es fuerte y el tiem– po pesado. A los pocos momentos escuchamos la trepidación de un aereoplano. Algo alarmante flota a su alrededor. La gente se apre– sura a contemplarlo. Una sencilla anciana prom1mpe en esta exclama– ción: •Me alegro que hayan venido los comunistas. Es la primera vez que veo un aeroplano.• Para llevar nuestros bártulos juzgamos necesario alquilar un ani– mal. Tardan algún tanto en prepararlo. Después de algunos minutos nos dicen que es preciso esperar pues los alimales no están en casa; pronto volverán. A l fin llegan. -Bueno, en marcha. -No, todavía no. Despues de trabajar necesitan.refocilarse con un poco de paja. Al deseo e inquietud por huir nos oponen esta calma chicha. =Ahora sf.-Arre, Arre. Despues de subir a pie una empinada cuesta, pretendimos mon– tar, pero los pobres animales no están acostumbrados a semejantes pesos y se oyen crujir sus huesos. Más de una vez ponen rodilla en tierra, por lo que juzgo conveniente caminar a pie. Hemos recorrido ya unos veinte kilómetros. Nos refugiamos en una cueva habitada por unos cristianos. Son las tres de la tarde. De vez en cuando, los cristianos de las otras cuevas, juntamente con el alcalde, se presentan a saludamos. Esto no es buen agüero para nosotros, pues es sei'lal de que todos se han enterado de nuestra lle– gada, y puede resultar que seamos descubiertos por algun grupo de
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