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16 ANUARIO M!SJONAL y consiguió seducirlos. En los distintos encuentros con los soldados, unos han caldo prisioneros, otros han escapado y otros han sucumbi– do. Un tiro certero de su adversario les alcanzó. La sangre de su CO· razón brotó viscosa y negra, palpitante de ir~ y de venganza, Pero nada consiguió. Su cuerpo quedó insepulto, sirviendo de alimento a .las aves de rapilla y sus huesos se desperdigaron. Triste olvido.. .! La turbamulta se acerca. Huida Los soldados discurren por las murallas en continua vigilancia, -dispuestos a defenderse. La gente se agita por las calles. Todo es apresuramiento, recelos. Las tiendas están todas cerradas. Presen– timiento funesto.. ! Un grupo de mllitarell lleva colga11do del cinto las trompetas para dar la seílal de alarma y excitar al combate. Su voz metálica indicará el momento decisivo. Los fámulos nos aconsejan la huida, pero nosotros esperamos que se corroboren las noticias. La noche pasa en silencio. Solo los perros de la ciudad con sus ladridos avisan que alguno vigila. Amaneció y apareció claramente lamisma inquietud. Los hombres continúan en las murallas, armados de escopetas, lanzas y palos y piedras arrojadizas. Otros se ocupan en acarrear tierra y adobes pa– ra fonnar parapetos. Todos se aprestan para el combate y esperan . ansiosos e inquietos el momento que los comunistas juzguen propicio. A las pocas horas de la mañana recibimos, en efecto, carta del misionero de Yutimio, en la que nos avisa del verdadero peligro. Esta carta, además, la ha entregado un soldado en la Santa Infancia; al fámulo que la traía no le ha sido posible penetrar en la ciudad por .estar las puertas cerradas y no permitir a nadie la entrada ni la se· lida. No habíamos terminado la lectura de la carta, cuando escuchamos el sonido de la campana del cuartel militar. La ciudad está en peli– gro. Han llegado los espías que el mandarin tenla apostados en los al· ·Tededores y sus noticias son alarmantes. La aldea próx:ima, a doce kilómetros de distancia, ha sido saqueada y varios hombres han ca– ldo asesinados alevosamente, segadas sus gargantas por la hoz. Inmediatamente mandamos un parte al mandarin pidiendo per– ·miso para salir de la ciudad. Mientras tanto la Campana continúa to· .cando. Sumí el Santísimo e invoqué el aux:ilio de SantaTeresita. En aquellos momentos de agitación brotó lo resignación. Ya no era ti· · empo de razonar sino de escapar. Rodeamos a la cintura una soga ,para poder descolgarnos por la muralla, si el caso lo requeria. Entre .tanto nos llega el permiso. Abandonamos la estación. Al llegar a la
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