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americanos, que hacía ya 35 aílos se hallaban instalados en aquellas islas. Por el ailo de 1852, tres Misioneros procedentes de Norteamé– rica estableciéronse en Ponapé. Cuatro o cinco 11ños más tarde, la misión había prosperado, comercialmente sobre todo, de tal manera, que poseía ya un bergantín de 200 toneladss para la comunicación y el tráfico con los demás grupos de la Micronesia. Para 1870 habla en Ponapé 250 adeptos del Protestantismo, funcionaba una impren– ta, que en dos años había tirado 2.4-08.218 páginas de lectura; el Nuevo T estamento estaba traducido en cuatro dialectos, y nuevos Misioneros, enviados a los cercanos grupos de islas, predicaban la doctrina protestante a los indígenas, al mismo tiempo que realiza– ban pingücs negocios. En 1884 tenían los metodistas en las Carolinas centrales y orien– tales cuatro misiones con siete ministros ordenados y nueve maes– tros, súbditos unos y otros de los Estados Unidos; doce ministros evangelizadores y ventitrP.s maestros indígenas: cuarenta y tres iglesias con 3.870 miembros; tres escuelas superiorel> de niilos y nrnas a las que asistían noventa y cuatro nirlos y nueve niñas, y va– rias escuelas de primera enseñanza frecuentadas por 1900 alumnos. Estas escuelas reducíanse a paupérrimos tugurios, fundados casi ex– clusivamente con el fin de ganarse las voluntades de los indígenas con el ct:bo de la instrucción. Así ya no es maravilla que fueran tan eidguos los progresos de los Ponapenses en punto a cultura, como quedó demostrado a la llegada de nuestros misioneros, quienes con dificultad encontraron isleños que supieran escribir y eran muy con– tados los que alcanzaban a leer. Tampoco habían dado un gran avance en el mejoramiento de sus costumbres. Mejor diríamos que desde el arribo de tos metodistas éstas hab1an empeorado. •Asl que llegué a Ponapé-afirma el Rmo. P. Llevaneras, apercibime doloro– sisimamente del cúmulo de males que la predicación religioso-co– mercial de los protestantes hablan ocasionado a los Carolinos.• Los norteamericanos con mayor ardor que a las misiones en· tregábanse al comercio con aquellas islas. Explotaban el árbol del pan, las nueces de coco y las materias resinosas de dos o tres va– riedades de pino. Tenían organizadas además pesquerías en diver– sos islotes. La colonia religiosa y mercantil vivía de sus propios recursos. Y se desenvolvía con tal tlesahogo que poseía en vez del bergantln inutilizado de 1856, una escuadrilla de embarcaciones menores, ca– pitaneada por el vaporcillo •Estrella del Mar,> para traficar de Po· napé a las islas de Sandwich y por todos los grupos del archipiélago carolino.

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