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42 ANUARIO MISIONAL. La prostitución estaba organizada oficialmente. Existían en cada pueblo varias casas grandes, llamadas •unicagá•, una para cada barrio, a la que iban los hombres casados y solteros. La •unicagá• era un gran salón con piso de tabla sin ningún comp11rtimiento. En dichas casas vivían como propiedad común, algunas mujeres foras– teras. Los niilos de ambos sexos acudían desde su más tierna edad, a la • casa grande• a hacer el aprendizaje del matrimonio. Por dicha para la salud de los cuerpos y las almas de aquellas desventurados, el número de tales prostíbulos fué decreciendo constantemente has– ta ca::ii desaparecer a medida que cobraba bríos la acción prudente y purificadora de nuestros Misioneros. Otra le:cra corroía también a aquellos isleilos, el divorcio. •No existe verdadero matrimonio, escrribe el P. Daniel de Arbácegui, lli lo que propiamente se dice familia; pues no se ligan con la pro· mesa de perpetuidad, sino que cuando se cansan el uno del otro, se separan y se juntan con otros; muchos de ellos venden sus hijos: así es que desconocen por completo a sus padres naturales>(Cfr. Rela– tio missionum lnsularum Carol. pro anno 1890. Anul. VII, 242). A esta desolación uníase la profunda depravación que dimana· ba del exagerado uso de bebidas espirituosas, en especial de la g i– nebra. Ante esta plaga •los matrimonios, escribía el P. José deVa– lencia al P. Daniel de Arbácegui, se desunían. Los niños amenaza· ban y maltrataban a sus padres y a la gente que iba desapareciendo.» (Cfr. Míssio Caro!. Occident. Anal. X, 51) A tal grado llegaron los abusos, que el gobernador de Yap prohibió, a petición de los Misio– neros, tan funesta bebida. Con estos y otros repugnantes vicios andaban revueltas las más ridículas supersticiones. Los Carolinos tienen la noción de un Ser Supremo, a quien lla· man •Jalapar» o Dios de lo alto, pero que no es ni Creador ni Señor ·del Universo, ni tiene providencia de los hombres; así que tampoco le rinden culto de adoración. Por el contrario admiten los Carolinos la espiritualidad c!e las almas, y ponen en los espíritus • can>, que son las almas separadas de sus cuerpos, la causa de todos los males. Los Carolinos slrvense de ciertas aspersiones, palmas y espinas de peces para conjurar los maleficios del ccan• que mora debajo de las piedras y en las hendiduras de los árboles. Eran también muy dados, sobre todo los de las Palaos, a la ni· gromancia o evocación de los muertos. Pero las máximas dificultades fueron las afrontadas por nues· tros Misioneros de Ponapé en su lucha contra los Metodistas Norte-
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