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,. pocos días (escribo esto el 15 de mayo) se me presentó un cristia– no, habitante en la zona del protectorado rojo, diciéndome que una cuñada suya gravemente enferma deseaba recibir los últimos sa– cramentos. Sabedores de! motivo de la visita Jos fámulos y catecú– menos de la residencia se reunieron en solemne asamblea, y tras larga deliberación acordaron por unanimidad que no convenía en manera alguna que el misionero emprendiera aquel viaje peligroso por la susodicha zona. Era la voz de la prudt:ncia. Y cómo halaga– ba y justificaba mi pereza! Por lo mismo se me hizo sospechosa. Me dirigf pues resueltamente a los fámu los y les dije: •No hay que hablar mas de si he de ir o no he de ir. No tenemos en casa más que un asno. No sé lo que será preferible;.si celebrar en casa y llevar el Santísimo por todo el camino, o cargarsobre el asno, el altar portá– til y decir la misa en casa de la enferma. Al fin opté por lo segundo. Un fámulo se me ofreció a acompailarme. Nada anormal nos ocu– rrió durante los p·rimeros kilómetros, aunque algunos transeuntes con quienes nos encontramos nos hablaron de sangrientas atrocida– dades cometidas por los bandidos en aquellos lugares. El kilómetro 40 estaba convertido en un Vl\ISto cementerio y tuvimos que pasar por encima de los cadáveres en plena descomposición. Días antes los rojos habían tenido aquí un encuentro con los regulares, llevan– do éstos la peor parte. Fueron punto menos que aniquilados, de– jando en poder del enemigo centenares de compafteros suyos y abundante material célico. La vista de iquel lúgubre campo deba– talla convidaba a serias reflexiones. Quiso Dios con todo que nos presentáramos sin mayor contra· tiempo en casa de la moribunda. La atendí y consolé lo mejor que pude. Recibió con gran fervor todos los sacramentos de los enfer– mos y la bendición apostólica. juntamente con ella recibieron la sagrada comunión los demás cristianos de la localidad. Y vuelta a casa, después de dar un vistazo al lugar. Este, Tsua-tze-ho por nombre, no me era desconocido. El año pasado tuve que salir de allí precipitadamente, perseguido de cerca por los rojos. Al pasar por Huo-sui nos dijeron que aquella misma maftana hablan sido sa– queados los barrios más apartados de Ja población por unos cien bandidos de a caballo, quienes se hablan llevado también algunos rehenes o prisioneros para sacarles el estambre. En King-yang los centinelas se nos mostraron poco amables y nos recomendaron más prudencia para otra vez. Ya estamos en casa. ¡Loado sea Dios! Decidme ahora, amigos míes: ¿Obramos con prudencia? Qué hu· hiera hecho en mí cas..i f-1 Beato Diego de Cádiz, el P. Esteban de

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