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90 ANUARIO MISIONAL .davla. Ful yo el único testigo de su dolorosa agonía. En este mo– mento no vela en derredor ni soldados regulares ni ladrones. Vaci– lé reflexioné. Recordé que yo como religioso carezco de propia vo· Juntad, debiendo ejecutar siempre la de mis superiores y prelados. La cual conocía yo muy bien, y en conformidad con con ella debla salvar mi vida aún por encima de todas las palabras dadas a los ban– <lidos. Pero con qué cara me presentaba yo delante de estos el díaque volvieran a visitarme E:n mi residencia de King·)&ng? O ¿qué cuenta me tenía indisponerme con estos enemigos de la legalidad vigente, habiendo de ejercer mi ministerio parroquial en lugares sometidos a su autoridad? Pero no habla tiempo que perder en logomaquias ni disputaciones escolásticas. Había que decidirse pronto. Y yome decid! por la fuga inmediata de las ocasiones de caer en manos de los rojos. Mientras éstos corrían hacia el Sur yo enderecé mis pa– sos hacia el Norte. Pronto me encnotré con la vanguardia regular que me recibió apuntándome con sus fusiles. Un momento trágico e impresionante en que una vez más vi de cerca la muerte. Aumen– tó mi confusi(ln y angustia la circunstancia de que los que me ame– nazaban agitaban al aire banderas rojas. ¿Eran alguna partida de comunistas que venlan en exilio de los fugitivos? En tal caso mi suerte estaba echada. Sabía yo perfectamente el procedimiento ~u marlsimo que aplicaba Liu·yuen·san a los cautivos y desertores e infieles a su palabra. Serenémonos y probemos fortuna, me dije. Con las manos en alto y con ademán de querer dirigirles la palabra me acerco a los fusileros, y ya al habla con ellos protesto y asegu– que soy hombre de paz y que mi presensencia en aquellos parajes se justifica por mi profesión de médico, dedicado a atender a los heridos de la guerra, sean del bando que fueren. Ahora mismo, aila– do, ando buscando yerbas medicinales para curar a un herido grave .que ya hace no lejos de aqul.• -Mientes embustero, trapalón, me replican; zarandeándome fuertemente; dónde guardas tus armas? sácalos pronto>. Y sin esperar mi respuesta me registran minucio– samente de pies a ca~eza, y en vez de armas defuego encuentran ·en mis bolsillos tres libritos en rústica. •Hola, hola! Conque eres le– trado, propagandista, speaker? Qué libros son estos?• -•Ya lo veis. Leed esta página. Son tres ejemplares del catecismo de doc– trina cristiana.• A la vista de tan inofensivo documento, depuesta ·toda animosidad contra mí, me preguntan: ¿Quén eres? puedes ha– blar sin ningún temor; di la verdad lisa y llana.>-•Pues le verdad lisa y llana es, dije yo, que soy misionero católico, rector eclesiés– :tico de Kang·yeng, hecho prisionero por los comunistas hace ya
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