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A'llJARIO MISIONAL 95 discursitos estaba el tiempol Barrabas se enfurece de escuchar mis protestas y alegatos; pero comprende al fin que ya no puedo más. Entonces me ofrece como sostén y ayuda PI apéndice caudal de su caballo blanco. Magnífica ideo! Eficacísima ayuda! Tan eficaz que puedo seguir al animal todo el tiempo que él trote. Barrabás me vig i· la y como para espoleerme me encailona de cuando en cuando con el fusil que lleva en la mano. Pero las balas de los regulares menudean, silbando siniestramente sobre nuestras cabezas. Y Barrabás empie· ia a galopar furiosamente. Esto ya es demasiado; esto excede to· do esfuezo humano. Rendido, agotado. exhausto C:e fuerzas, suel– to la cola del caballo que continua galopando. cTe mato>, me grita Barrabás, apretando al mismo tiempo el gatillo del fusil. Dispara. Puml Ay! Aún vivo. Evito el tiro gambeteando diestramente. Ba· rrabás no está para repetir el ensayo. Se aleja, se va, se fué. Los regulares siguen disparando si cesar. El desconcierto es enorme en las Filas rojas. Aprovechando un momento de mayor confusión y barullo me retiro bonitamente a un lado. Los fugitivos no reparan en ello. Corren, vuelan, ganan las alturas de Hung·txia·ts'a·ling y se ocultaban tras los picos más altos de la cordillera de este nom· bre. Ya están seguros. Se han salvado una vez más. También esta vez llegan con retraso sus perseguieores. El movimiento envolven– te tan bien llevado por lus lomas convergentes ha fracasado. Ya no puede haber copo. Qué lástima! De pronto suena entre los rojos un disparo de maüser seguido de ayes y lamentos desgarradores. ¿Qué pasa? Un jóven cautivo ha sido fusilado. El pobre no podía correr más. Suena otro disparo. Y cae sin un ay! otro joven cautivo de 23 silos, profesor del liceo de Huo·sui. El tiro ha sido certero. Dos detonaciones más significan dos nuevas víctimas entre mis desdi· chados compañeros de cautiverio. A este paso pronto darán cuenta de todos ellos. Y ¿Qué me hago yo solitario en estas alturas, sir– viendo de blanco a los tiros de los regulares que naturalmente me han de tomar por enemigo? De hecho esteba ya fuera de la juris· dicción de los rojos; pero de derecho? No lt'S había prometido bajo– mi palabra de misionero católico mantenerme sumiso y obediente a ellos mientras fuera su voluntad? Desvariaba? Eran los hábitos de toda una vida pasada bajo el yugo de la obediencia que se sobre– ponían h~sta el instinto de la propia conservación? Es lo cierto que eché a correr en pos de los fugitivos decidido a alcanzarlos y a poner· mel de nuevo a sus órdenes. Me detuvo un espectáculo trágico. Un compai'lero mío yacía en el suelo con dos fuentes ~e sangre en la ca– beza. Un balazo le habla atravesado de parte a parte. Respiraba to-
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