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ANUARIO MISIO:-IAL 93 el guante! Pero al modo que para un pícaro suele haber siempre otro mayor, para un espla despierto·de los regulares había otro o u otros igualmente despiertos de los rojos. Por eso tuvieron estos oportunamente conocimiento de los movimientos y maniobras del enemigo y pudieron ponerse en salvo. Ahora, en Sang·txi~-wan, se dedicaban a restaurar las fuerzas, engulléndose cuantos comes· tibies hallaron en la rústica posada. A los cautivos nos encerraron en una pocilga. Mi disclpulo Wu-sien-xen en este día no recordó a su maestro ni para las lecciones ni para las refecciones. Nuestros carceleros habituales me sirvieron una taza de panizo, y sin darme apenas tiempo para despacharla se dió órden de ponernos en mar– cha camino de Ta·yang·p'o. Al principio anduvimos a paso normal luego a trote cochinero y por último a galope tendido, corriendo desatentadamente sin rumbo ni dirección fi¡a, tan pronto al Norte como el Oriente o al Occidente. Los que nos diriglan habían perdi· do seguramente la brújula. 85-La tarde di! mi libertad. De grupo en grupo va corriendo la voz: e ¡La caballerla enemi· gal ¡Que viene la caballería! Que se nos echa encima la caballería! El desconcierto es grande entre los rojos. Oyese gritar por tqdas partes: cA las alturas, a las alturas! corriendo a las alturas!• Los cautivos, rendidos por la anterior carren:i de 13 horas y con los es– tómagos vacíos, debiamos ir a la vanguardia'. Los regulares de Yen·ngan-fu no se hablan desanimado ni dado por vencidos con el fracaso de la noche anterior; tení11n esta vez más probabilidades de alcanzar al enemigo, que en su retirada iba dejando sus huellas en la nieve recien caída. Siguiéndones de cerca llegaron a marchas tan forzosas como las nuestras a Ja posada de San·txia-wan... ¡diez minutos después de haberla abandonado nosotrosl A; llegar ellos a este punto ya tstábamos nosotros a todo correr al pie de los cerros australes del valle. Los cautivos ibamos jadeantes, con la lengua fuera, reventados con la impedimenta que como de costumbre car– gábemos sobre nuestros hombros. Y los regulares no cejan. Ya vie– nen pisándonos los talones. Los rojos, aterrados por los relinchos de la caballería re.guiar y por los silbidos de las balas que hienden el espacio sobre nuestras cabezas, se atrincheran en los ribazos del valle a fin de proteger la retirada, mientras nos conducen a las cau– tivps a un repliegue de la sierra. Con nosotros iban también los en– fermos y débiles. Yo observaba atentamente los movimientos da los dos bandos contendientes. Me dominaba la curiosidad de apreciar y juzgar como testigo de vista la táctica y estrategia de unos y

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