BCCAP000000000000125ELEC

ANUARIO MISIONAL era otro que poner todo el negocio en manos de la Sma. Virgen, bajo sus gloriosas advocaciones de Begoila y de Nueva Pompeya. Y véase por donde nuestr.:> locabis o chorlito venia a ser el instru· mento escogido por mi Abogada para recordarme el compromiso; dándome todos los días y varias veces al día ocasión de acendrar, purificar y santificar mi espíritu por medio del rezo dt:I santo rosa· rio, y aun procurándome por esta vra mi sustento corporal... Mi diablillo, al fin, se volvió muy otro de lo que era. Ascendido en ca· tegoría y constituído en jefecillo de la cueva no solo no me moles· tab<1 él mismo en los más mínimo sino que no consentla que ningu– no de la cuadrilla se me subiera a las barbas ni me ofendiera con necias y pesadas bromas. Me permitía tomar a discreción del ran– cho común. Y si alguno protestaba de que yo colmaba con exceso mi cuenco de calabaza, el ex-diablillo contestaba que no había lu· gar a protestas, porque él se limitaba a cumplir a la letra las órde· nes de la autoridad... No qulsíera, lector, que se te pasara inadvertido lo sin~lar y sígnificativo de este incidente. Dice tanto en loor de la .Madre de Dios! 78-Nuestras correrlas nocturnas En la última et.apa de mi vida comunista pasábamos los dlas encerrados en las cuevas y dedicábamos las noches a las grandes carreras. Parecía que odiábamos la luz, al modo que la odian los mochuelos y los lobos. La regla de la comur.idad roja imponía du– rante estas carreras el más riguroso silencio. Pero aun cuando lo observáramos bastante bien los perros notaban pronto nuestra pre· sencia, y con sus ladridos denunciaban nuestros sigilo~os pasos por aquellos solitarios y tenebrosos lugares. Nieve helada cubrla los senderos que teníamos que recorrer, exponiéndome yo a causa de mis suelas de cuero a frecuentes volteretas, a veces en los lu· gares más peligrosos. Mis resbalones y t~aspiés se celebraban con jocundas risotadas por mis acompailantes. Y yo unía las mías a las de ellos; porque eso era lo verdaderamente franciscano. Reírse de sí propio tiene más gracia y más mérito que reirse de los demás. El tránsito por jarales espesos y tupidos era para mi particularmen– te peligroso: Sin anteojos nada veía, y con ellos puestos, mal po· dría defenderlos del ramaje que azotaba mi ro~tro. Comamos siem· pre a la desesperada, como almas que lleva el diablo. Por lo cual estuve tentado de motejar a los soldados y a sus jefes de gallinas y cobardes. Prefería verlos de cara al enemigo, como en la batalla que dieron contra el regimiento del coronel Tsao, en la cual pelea-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz